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Dulce introducción al caos

Una de las sensaciones que a mí siempre me ha parecido más excitante es la que te produce el llegar a una ciudad nueva, completamente desconocida, arrastrando tu maleta de ruedas (importante que la susodicha maleta sea de ruedas porque si no más que excitante, es un auténtico tostón…). Y me refiero a ese primer momento de un viaje. Ese en el que tienes por delante todo un mundo por explorar, como una dulce introducción al caos.

"Se rompió la cadena que ataba el reloj a las horas,
se paró el aguacero ahora somos flotando dos gotas,
agarrado un momento a la cola del viento me siento mejor,
me olvidé de poner en el suelo los pies y me siento mejor.
volar...volar"

Hace unos años, cuando el tiempo libre aun no era una utopía, tenía un grupo de amigos con los que compartía exclusivamente esto. Con ellos cogí un avión y me fui, sin apenas dinero, a Senegal. El momento “ruedas” allí fue espectacular. Era como si acabáramos de aterrizar en otro planeta. Montar en una patera para alcanzar la Isla de Goré (claro, no había dinero para el ferry), bailar al calor de una hoguera, bajo la luz de la luna, danzas africanas con una tribu o comer tiéboudienne con las manos (me invitaron a compartir velada con una familia senegalesa pero para ellos los cubiertos son bastante prescindibles), son algunas de las cosas que difícilmente podré olvidar.

Lisboa representa otro de esos momentos “ruedas” para la posteridad. Lo fue tanto, que estuvimos arrastrando las maletas durante horas hasta que encontramos el albergue más barato de la ciudad. Punto desconocido de partida y locura temporal, o atemporal… Convertidos en una pandilla de hippies recorrimos cada recóndita esquina de la ciudad de Pessoa. Fue algo así como hacer turismo en verso echando mano de la prosa cuando el alcohol emborrachaba nuestra capacidad de rima. ¿Cómo pudimos terminar tocando el yembe con unos tipos de Cabo Verde en un garito inmundo en lugar de escuchar fados vestidos de etiqueta como el resto de los turistas? Cosas de la locura transitoria, o atemporal, mejor dicho. Por primera vez en mi vida caminaba con el absoluto convencimiento de que no corría ningún peligro, con aquellas pintas era materialmente imposible que nadie nos atracase. (Tendré que probarlo en Zaragoza).

¡No: no digas nada!
Suponer lo que dirá
tu boca velada
es oírlo ya.
Yo oí lo mejor
de lo que dirías.
Lo que eres no viene a la flor
de las frases y los días.
Es mejor de lo que tu.
No digas nada: lo sé!
Gracia del cuerpo desnudo
que invisible se ve.

(F.Pessoa)

Mañana, lunes, no hay momentos “ruedas” en el horizonte. Solo hay un calendario con infinitos días laborales dándose codazos, son tantos que no caben. Y yo definitivamente necesito uno de esos momentos “ruedas”, respirar un aire desconocido, con gente desconocida, con un horizonte desconocido. Necesito alimentar mis recuerdos, empacharlos de nuevas sensaciones. Quiero escaparme de aquí y seguir dando vueltas.

1 comentario

Sonia -

Yo también necesito un momento "ruedas", un momento en el que empezar completamente de nuevo y no preocuparte por lo que dejas atrás. A esta ciudad vine con esa mentalidad, pero al final me salió rana. Menos mal que encontré amigas estupendas aquí, porque si no creo que no habría merecido el cambio. Un besito guapa.