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My Country

Was it just a dream?, were you so confused?
Was it just a giant leap of logic?
Was it the time of year, that makes a state of fear?
Methods were the motives for the action


No es bueno tener envidia, ya lo dice siempre mi madre. Sin embargo, yo dejo una pequeña puerta abierta a la envidia sana. Y pocas veces me invade este sentimiento ruin pero reconozco que a veces me  dejo arrastrar por esas mareas pecaminosas. Quizá la primera vez que me asaltó la necesidad por acaparar lo ajeno fue cuando me di cuenta que todos los niños y niñas que me rodeaban tenían pueblo, yo no. Yo era más de asfalto que los semáforos, que los pasos de cebra, que las farolas recauchutadas del paseo Independencia. La familia de mi padre, de Bembibre, la de mi madre, de Manresa  -por cierto, visça el Barça...-, yo, Zaragoza capital.

 

La primera vez que en el cole nos llevaron a una granja escuela (además de que soy alérgica a los animales peludos y me puse a morir) me sentí como Neil Armstrong. Eran mis primeros pasos rodeada de unos bichos que solo había visto en dibujos animados.

Aunque peor fue aquel episodio con 24 o 25 años. Íbamos en el coche, perdidos entre las montañas y de repente empecé a gritar

 

“¡Para, para!”

“¿Pero qué mosca te ha picado?”, me dijo él con un susto de muerte en el cuerpo.

 

El coche frenó en seco en mitad de la carretera y yo casi me tiro en marcha, cámara de fotos en mano. ¿Qué cuál era mi urgencia? Muy sencillo, había visto una vaca. La primera vaca de mi vida, en ternera y hueso…Y me embargaba una emoción tan grande que cuando el bicho me miró con cara de pocos amigos yo solo pensaba en sacarle una instantánea y acariciarle las orejas. Claro, mi acompañante creo que todavía no da crédito a aquello. Son cosas de no tener pueblo.

 

A los 20 años, gracias a una amiga loca, intenté poner remedio a este mal endémico. Con ella había compartido las primeras canciones de Alejandro Sanz, mis mejores años con un balón de baloncesto en las manos, campamentos que siempre formarán parte de mi aprendizaje adolescente o esas primeras juergas difíciles de olvidar… Pues resulta que gentilmente, ella también compartió conmigo su pueblo.

 

Creo que tenía 18 primaveras la primera vez que pisé ese paraíso escondido entre las montañas a la vera del todopoderoso Balaitus.

 

Eran las fiestas de agosto y no exagero si digo que estuvimos cuatro días sin dormir. Había tantas cosas que hacer y que ver, de día y de noche, que perder el tiempo durmiendo era un privilegio que no me podía permitir.

“Por favor, me muero”, me decía mi pobre y somnolienta amiga.

“Pero qué pasa con los virgo, ¿es que no dormís nunca?”. Al final tuve que concederle una tregua y el cuarto día echamos una rápida cabezada.     

Nos esperaba el baile de la bandera, la charanga, el bingo a las doce de la noche en la plaza, junto al río, la discoteca “La Aduana”, la peña…El hostal Maximina era nuestro espacio de retiro espiritual, con aquellas paredes estampadas con fotos del gigante de Sallent –protagonista de uno de mis últimos repor precisamente…-

Era todo tan de pueblo que me sentía teletransportada a otra dimensión. Por eso repetí varios años.

Como legado, además, un reencuentro con un sallentino que ahora es mi más fiel ilustrador musicalmente hablando. ¡Qué jóvenes éramos Palomo!

Hoy repetimos. Ha pasado el tiempo. Hoy no es una cita de pueblo, más bien es una inauguración de las de etiqueta, pero el espíritu es el mismo. Ya he visto vacas en directo, ya he estado en una granja, ya he pisado varios –muchos- estupendos pueblos, hemos crecido. Somos mayores, pero lo importante es que volvemos a encontrarnos en este mundo tan grande como incierto.

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