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Noches de Bohemia

Y resulta que hoy miraba por la ventanilla de esa entrañable furgoneta que a tantos lugares inmundos nos ha llevado, he cambiado de cadena –como hago siempre nada más sentarme- y han sonado los primeros acordes de esa canción que me pone los pelos de punta. Esa canción que es, fue y será la canción de mi vida. He subido el volumen y he dejado, una vez más, sorda a mi sufrida compañera.

Hoy ha sido un  día de quicientos reportajes, con dos croquetas del Iñaqui en el estómago, pero aun con todo no he perdido la sonrisa. Hace muchos años, cuando todavía trabajaba de azafata para ganarme unas pesetas – que no euros- que me permitieran viajar a lugares inhóspitos, me llamaban Candy Candy. Ayer volvieron a hacerlo.

“Cuando ríes lo haces de veras, y cuando lloras también eres auténtica, igual que lo hacía ella”.  Me dijo mi hada madrina mañanera.

Y eso que ella solo me sirve los cafés solos con hielo y algún que otro con leche muy caliente para escaldar a algún deslenguado…

Siempre me compararon con esa entrañable muñeca japonesa que cuando lloraba lo hacía como un verdadero surtidor del Parque Grande. ¡Ay Anthoni!, truhán...

A otras las comparan con artistas o cantantes, a mí con dibujos animados, eso sí, japoneses, que son los únicos que tienen unos ojazos que les ocupan media cara….

El caso es que la historia de Candy Candy iba por capítulos, y resulta que ahora le tocan los felices. Le tocan los de esas sonrisas que llenaban  de estrellitas de colores toda la pantalla –como son los japoneses…- Yo me he empeñado en escupir las mismas estrellitas por doquier allá donde vaya y pobre del que se inmiscuya en mi camino…

Y ha sido entonces, entre estrella y estrella, cuando ha llegado esa canción. Me ha recordado como eran aquellas noches de bohemia. Me ha susurrado al oído que tú también te has olvidado de aquello. ¡Qué frágil es la memoria y que barato el olvido…!

Noches de bohemia y de ilusión
yo me doy a la razón
tú como te olvidaste de eso.
Busco y no encuentro una explicación
solo la desilusión
de que falsos fueron tus besos.

“Trabajar de camarera es lo último que tienes que hacer”…

Y fue casi casi lo primero que hice. Bohemios se llamaba el pub cervecería. Y en aquellas noches, escondida entre copas y algo más, aprendí lo que realmente es una noche de bohemia. Con un jefe condescendiente –pocos quedan de esa calaña- y una amiga en el mismo lado de la barra, aprendí a servir cortados con dos dedos de espuma y a calcular a qué altura del hielo debe llegar el alcohol en el cubata. Y esta canción sonaba cada noche, ya me encargaba yo de que no faltase. Fueron años de noches de bohemia que todavía, de vez en cuando, se siguen repitiendo.

Brindo por ti y por muchas noches de bohemia en esta existencia llena de estrellas de colores.  

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