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Con arena detrás de las orejas

“Brindo por el momento en que tu y yo nos conocimos. Brindo por las mujeres que derrochan simpatía. Brindo por seguir queriéndote toda la vida…”.

Podría brindar por todo esto y por  mucho más. Pero hoy me quedo con un brindis por la máxima que ha marcado mi existencia desde que era una adolescente mucho más intrépida de lo que mi angelical aspecto hacía presagiar: “Carpe Diem”. Nunca se me dio bien pensar las cosas dos veces, con una primera pasada siempre tuve suficiente.

“Prefiero arrepentirme de lo que he hecho, que de lo que no he hecho”, repetía siempre cuando alguien increpaba mi impulsividad. Y así, viviendo el momento, pasaron los años.

Vivamos, querida Lesbia, y amémonos,

y las habladurías de los viejos puritanos

nos importen todas un bledo.

Los soles pueden salir y ponerse;

nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera luz,

tendremos que dormir una noche eterna.

Hubo “Carpe Diem” cuando me marché a África con tan poco tiempo para preparar el viaje que las vacunas aún no me habían hecho efecto al pisar tierra Senegalesa. Yo rezando para que no me rondase ningún Anopheles, y es que soy de sangre dulce y esos bichos siempre se ensañan conmigo.

También lo hubo cuando a los 17 años me escapé a la ciudad Condal para ver al que fue el primer amor de mi vida.

“Mamá, me voy a ver el Museo de la Ciencia de Valencia”…si claro…La pobre aún me lo sigue recordando…

Hubo “Carpe Diem” en Lisboa y si no que se lo pregunten a mis compañeros de aventura. Casi piden mi destierro de España la última noche. Les abandoné, o mejor, me abandoné a mí misma a mi suerte, porque quería ver el amanecer en la playa de la capital portuguesa. Como nadie estaba por la labor, terminé bajo un cielo púrpura precioso acompañada de un tipo del que lo único que sabía es que tocaba muy bien el yembé. Sin nada amoroso de por medio, solo un amanecer.

Cuando regresé al albergue, todos tenían sus maletas selladas a cal y canto y habían dado media hora de margen antes de llamar a la policía.

“Vámonos juntos al Sáhara, a perdernos entre las dunas”, me dijo el figura del yembé. Le prometí que algún día le buscaría para nadar con él en la soledad del desierto. Queda pendiente…

El Carpe Díem alcanzó cotas elevadas el día que entré en el despacho de mi ex jefe (el último que me vio con una bata de química) y le dije:

“Por favor, deme el paro que quiero dejar esto y estudiar para ser periodista”

“No sabes lo que dices, piénsatelo porque ese es un mundo difícil y no vas a conseguir trabajar nunca de periodista”, me contestó sin miramientos.

“De todos modos, cuando dentro de un año te mate la desesperación porque no ves salidas a tu vida, vuelve y pídeme trabajo que igual te guardo alguna cosa”, añadió con mucha sorna.

Cuando en menos de un año salió publicado mi primer artículo en Heraldo, estuve a punto de mandárselo por correo.

Son muchos “Carpe Diem” porque siempre intento tenerlo presente. ¿Qué nos queda sino vivir el momento? Está claro que 'el sistema' muchas veces no nos deja poner en práctica esta máxima de la forma que deseamos, pero el que busca encuentra y siempre existe una manera.

Hoy me alegro de haber dormido 4 horas, de haberme echado al cuerpo 500 kilómetros y de haber disfrutado de la gente que me rodea. ¿Qué nos queda sino vivir el momento?

Brindo porque me olvido los motivos porque brindo

brindo por lo que sea que caiga hoy en el vaso

brindo por la victoria , por el empate y por el fracaso

2 comentarios

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Si te decides avisa, que saltamos juntos (una vez más). A veces es necesario mandarlo todo al carajo y empezar a construir de nuevo.

Raúl -

Con posts como éste vas a hacer que mande todo al carajo y salte al vacío (una vez más).

Besos

R