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Vamos a pintar un corazón de tiza en la pared

Hoy nos hemos levantado con un Lorenzo (que no Pedrosa) abrasador que nos daba la bienvenida y nos saludaba al más puro estilo “Hola qué tal, esto es el oeste (o quizá los Monegros), nena abandona tu cuello alto y enseña un poquito de pierna”.

Haciendo caso a la advertencia me he calzado una falda, no demasiado corta, y me he lanzado al libertinaje de una primavera que huele a verano. ¡Por fín!. Soy de las que siempre ha pensado que en invierno deberíamos hibernar, como los osos siberianos. (Que por cierto, son insomnes como yo y cuasan pánico, también como yo...). Deberíamos acumular sin tregua más y más grasa para luego darlo todo cuando Lorenzo nos invita a florecer cual petunias violáceas del Brasil.

 

Y es que cuando los días alargan, cuando sales de trabajar a las nueve de la noche y sigue siendo de día, cuando puedes ponerte un simple vestido de tirantes sin dar la nota… es entonces cuando parece que todos tus problemas son relativos y pueden esperar al día siguiente. “Mañana será otro día”, decía ella…

Vamos a dejarnos de historias y estrenemos las terracitas que se reproducen como setas por nuestra ciudad. ¿Alguien me acompaña en las labores de recolección?.

Además, desde que los bares cierran a las tres y media de la madrugada en lugar de a las seis (como lo hacían antes), nos han obligado a modificar nuestras costumbres de mamíferos rutinarios. Ahora, resulta que hay días que el primer Gin Tónic te lo tomas a las 10 de la noche, por eso de que te de tiempo a hacer la digestión para cuando te inviten a abandonar el garito… Y manda narices que de aquí en adelante… ¡todavía es de día cuando te ponen ese primer copón en la mano!.

No importa, vamos a pecar a la luz del día, que ya llegará el invierno con las rebajas y podremos preocuparnos por haber desparramado nuestra felicidad sin raciocinio, ni dirección.

No importa, vamos a dejar de lamentarnos por no estar juntos, llega el verano.

 

Yo pienso en aquella tarde
cuando me arrepentí de todo.
Daría, todo lo daría por estar
contigo y no sentirme sólo.

 

Las campanas repican en mi cabeza y me dan la señal, llegó el momento de dejar caer el esqueleto por ese club de mis amores. Y nunca mejor dicho porque sus árboles han guardado muchos secretos, amores y sinsabores de adolescencia. Han sido testigos mudos de un tiempo de deporte, de trofeos (algunos descansan en mi antigua habitación recordándome que un día fui buena jugando a algo…). Creo que en alguno de esos pinos aún estará mi nombre dentro de un corazón cruzado por tu flecha, la que lazaste un día esperando devolución –nunca hubo viaje de vuelta-.

Hoy digo hola a este improvisado verano de ¿San Martín? ¿San Miguel?... Creo que ninguno, qué más da, a este verano empollón adelantado a su época. Y para dar el pistoletazo de salida me apunto al concierto de mi truhán de día, truhán de noche preferido.

¡Ah! Hoy me han invitado a la inauguración del Club Naútico (con alcachofa, claro), ¿Se apunta algún marinero?

Con arena detrás de las orejas

“Brindo por el momento en que tu y yo nos conocimos. Brindo por las mujeres que derrochan simpatía. Brindo por seguir queriéndote toda la vida…”.

Podría brindar por todo esto y por  mucho más. Pero hoy me quedo con un brindis por la máxima que ha marcado mi existencia desde que era una adolescente mucho más intrépida de lo que mi angelical aspecto hacía presagiar: “Carpe Diem”. Nunca se me dio bien pensar las cosas dos veces, con una primera pasada siempre tuve suficiente.

“Prefiero arrepentirme de lo que he hecho, que de lo que no he hecho”, repetía siempre cuando alguien increpaba mi impulsividad. Y así, viviendo el momento, pasaron los años.

Vivamos, querida Lesbia, y amémonos,

y las habladurías de los viejos puritanos

nos importen todas un bledo.

Los soles pueden salir y ponerse;

nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera luz,

tendremos que dormir una noche eterna.

Hubo “Carpe Diem” cuando me marché a África con tan poco tiempo para preparar el viaje que las vacunas aún no me habían hecho efecto al pisar tierra Senegalesa. Yo rezando para que no me rondase ningún Anopheles, y es que soy de sangre dulce y esos bichos siempre se ensañan conmigo.

También lo hubo cuando a los 17 años me escapé a la ciudad Condal para ver al que fue el primer amor de mi vida.

“Mamá, me voy a ver el Museo de la Ciencia de Valencia”…si claro…La pobre aún me lo sigue recordando…

Hubo “Carpe Diem” en Lisboa y si no que se lo pregunten a mis compañeros de aventura. Casi piden mi destierro de España la última noche. Les abandoné, o mejor, me abandoné a mí misma a mi suerte, porque quería ver el amanecer en la playa de la capital portuguesa. Como nadie estaba por la labor, terminé bajo un cielo púrpura precioso acompañada de un tipo del que lo único que sabía es que tocaba muy bien el yembé. Sin nada amoroso de por medio, solo un amanecer.

Cuando regresé al albergue, todos tenían sus maletas selladas a cal y canto y habían dado media hora de margen antes de llamar a la policía.

“Vámonos juntos al Sáhara, a perdernos entre las dunas”, me dijo el figura del yembé. Le prometí que algún día le buscaría para nadar con él en la soledad del desierto. Queda pendiente…

El Carpe Díem alcanzó cotas elevadas el día que entré en el despacho de mi ex jefe (el último que me vio con una bata de química) y le dije:

“Por favor, deme el paro que quiero dejar esto y estudiar para ser periodista”

“No sabes lo que dices, piénsatelo porque ese es un mundo difícil y no vas a conseguir trabajar nunca de periodista”, me contestó sin miramientos.

“De todos modos, cuando dentro de un año te mate la desesperación porque no ves salidas a tu vida, vuelve y pídeme trabajo que igual te guardo alguna cosa”, añadió con mucha sorna.

Cuando en menos de un año salió publicado mi primer artículo en Heraldo, estuve a punto de mandárselo por correo.

Son muchos “Carpe Diem” porque siempre intento tenerlo presente. ¿Qué nos queda sino vivir el momento? Está claro que 'el sistema' muchas veces no nos deja poner en práctica esta máxima de la forma que deseamos, pero el que busca encuentra y siempre existe una manera.

Hoy me alegro de haber dormido 4 horas, de haberme echado al cuerpo 500 kilómetros y de haber disfrutado de la gente que me rodea. ¿Qué nos queda sino vivir el momento?

Brindo porque me olvido los motivos porque brindo

brindo por lo que sea que caiga hoy en el vaso

brindo por la victoria , por el empate y por el fracaso

Perdidas en la calle del pecado

Verano EXPO, sin vacaciones, sin tiempo para mucho más. Al final quedaron cuatro días colgados en el calendario y una amiga me rescató de las orillas del Ebro, para llevarme a orillas del mediterráneo. Mucho mejor. Viaje en plan Thelma y Louise (aunque al final éramos tres, hubo espacio para otra Thelma).

Yo bebí de aquellos días con verdadera ansiedad. Necesitaba cambiar de aires y los de Sitges me vinieron como agua de mayo. En el hotel, en la arena, en los garitos: mucho niño mono, pero ninguno solo – y todos gays, ese lugar es un verdadero desperdicio para las almas femeninas-. Pero encima hubo suerte y encontramos un Brad Pitt en nuestra aventura particular. Había hecho un alto en el camino y nos esperaba con su seductora sonrisa en “La calle del pecado”. Quien le iba a decir a mi madre que terminaría conociendo a ese Brad Pitt condal con especial habilidad para hacer diana a golpe de cerveza.

“Me gustan tus zapatos, tienen clase”, como un tomate…

“Te he visto aparecer con ese vestido blanco y yo diría que estoy viviendo una escena de Sex and the City”, como dos tomates…

Meses después, en medio de una espectacular tormenta navideña, se repetiría esta escena. El eterno retorno nos persigue toda la vida.

Yo le doy mi querer al querer
y lo doy para toda la vida.
Si quisiera vivir de placer
me buscaba un amor de cantina.
Si quisiera vivir de placer
hay para toda la vida...

Fueron días de largos paseos con el mar de fondo de pantalla. Fueron días de paellitas, de risas, de partidas de guiñote sobre la arena y sobre todo de absoluta despreocupación.

Ha pasado casi un año de aquello. Hoy necesito de nuevo beberme un cachito del mar que baña Sitges. Los días son muy largos, las noches muy cortas y hay que ayudar un poco al infame destino. De manera que nada de brazos cruzados. Cojamos mi pequeño pitufo azul y abróchense los cinturones que nos vamos a conquistar los mares del este.

Ya sé que es el día de la madre, pero tengo licencia. La vida me da poco tiempo y tengo que subirme a este tren. Y no sé, pero me da que tengo por delante varios meses de trenes, de estaciones y de viajes a las estrellas. "La espera ha terminado".

PD: Te quiero mamá ( ya ves que no solo lo digo por la tele).

Noches de Bohemia

Y resulta que hoy miraba por la ventanilla de esa entrañable furgoneta que a tantos lugares inmundos nos ha llevado, he cambiado de cadena –como hago siempre nada más sentarme- y han sonado los primeros acordes de esa canción que me pone los pelos de punta. Esa canción que es, fue y será la canción de mi vida. He subido el volumen y he dejado, una vez más, sorda a mi sufrida compañera.

Hoy ha sido un  día de quicientos reportajes, con dos croquetas del Iñaqui en el estómago, pero aun con todo no he perdido la sonrisa. Hace muchos años, cuando todavía trabajaba de azafata para ganarme unas pesetas – que no euros- que me permitieran viajar a lugares inhóspitos, me llamaban Candy Candy. Ayer volvieron a hacerlo.

“Cuando ríes lo haces de veras, y cuando lloras también eres auténtica, igual que lo hacía ella”.  Me dijo mi hada madrina mañanera.

Y eso que ella solo me sirve los cafés solos con hielo y algún que otro con leche muy caliente para escaldar a algún deslenguado…

Siempre me compararon con esa entrañable muñeca japonesa que cuando lloraba lo hacía como un verdadero surtidor del Parque Grande. ¡Ay Anthoni!, truhán...

A otras las comparan con artistas o cantantes, a mí con dibujos animados, eso sí, japoneses, que son los únicos que tienen unos ojazos que les ocupan media cara….

El caso es que la historia de Candy Candy iba por capítulos, y resulta que ahora le tocan los felices. Le tocan los de esas sonrisas que llenaban  de estrellitas de colores toda la pantalla –como son los japoneses…- Yo me he empeñado en escupir las mismas estrellitas por doquier allá donde vaya y pobre del que se inmiscuya en mi camino…

Y ha sido entonces, entre estrella y estrella, cuando ha llegado esa canción. Me ha recordado como eran aquellas noches de bohemia. Me ha susurrado al oído que tú también te has olvidado de aquello. ¡Qué frágil es la memoria y que barato el olvido…!

Noches de bohemia y de ilusión
yo me doy a la razón
tú como te olvidaste de eso.
Busco y no encuentro una explicación
solo la desilusión
de que falsos fueron tus besos.

“Trabajar de camarera es lo último que tienes que hacer”…

Y fue casi casi lo primero que hice. Bohemios se llamaba el pub cervecería. Y en aquellas noches, escondida entre copas y algo más, aprendí lo que realmente es una noche de bohemia. Con un jefe condescendiente –pocos quedan de esa calaña- y una amiga en el mismo lado de la barra, aprendí a servir cortados con dos dedos de espuma y a calcular a qué altura del hielo debe llegar el alcohol en el cubata. Y esta canción sonaba cada noche, ya me encargaba yo de que no faltase. Fueron años de noches de bohemia que todavía, de vez en cuando, se siguen repitiendo.

Brindo por ti y por muchas noches de bohemia en esta existencia llena de estrellas de colores.  

Dragones y mazmorras

Hoy he decidido convertirme en la princesa de Silca. Bien es cierto que no he hallado caballero que me salve del dragón, pero todo se andará. Y es que celebramos el día de los dragones y las mazmorras. San Jorge se lanza a la calle espada en mano para salvarnos a todos de la crisis económica. Por lo menos eso parece, porque los bares esta mañana estaban totalmente repletos de gente llenando el buche y gastando calderilla en el paseo Independencia.

Quizá estamos exprimiendo los últimos remanentes antes de que el cataclismo nos deje en calzoncillos. En España somos así y me parece bien.

“Estoy deliciosamente atareada”, me ha dicho Magdalena Lasala entre firma y firma. Ahí la he encontrado, bajo el cartel de la “Librería central” firmando ejemplares de su última novela junto a Labordeta. Tal y como le prometí, he llevado el libro que me regaló y me ha dejado su esencia en la segunda página. “Para mi amiga Adriana”, ha puesto. Y ya solo con eso el sol ha salido en esta mañana marcada por una profunda resaca.

Si mis sinsabores van a servir para hacer amigas como ella… pues lo tengo claro, seguiré padeciendo por oficio y con beneficio.

 

Parece que es de obligado cumplimiento hablar de libros y de claveles. Empezaré por los libros. Esta semana mi encuesta de calle telematona andaba por estos derroteros. “¿Qué ejemplar recomienda comprar en el día del libro?”. Respuestas de todos los colores y para todos los gustos aderezadas, como no, con el toque del friki de turno que casi casi me deja sin palabras. Y el premio se ha ido para esa señora que me ha tocado la fibra sensible y ha mentado mi libro preferido: “Lo que el viento se llevó”, de Margaret Mitchell.

 

Era una mujercita de ojos azules, simpática y modesta, que solía decir: "Sé lo que es trabajar bien y entiendo de libros: el mío no me parece bueno"

Manda narices….¿entonces el pulitzer?

 

Con ella aprendí los secretos de la guerra de secesión. Con ella descubrí que un amor obstinado puede destrozarte la vida y con ella entendí que un éxito tan arrollador puede anularte los sentidos. Fue su único libro. Tuvo tanta repercusión que supongo que no hubo agallas para probar suerte de nuevo.

Después de todo, mañana será otro día”, es una de sus frases más emblemáticas. Precisamente así terminé cientos de páginas cuando todavía escribía como los antiguos mortales, es decir, con lápiz y papel. Y es que es cierto, cuando hoy no queda nada, siempre hay un mañana cargado de esperanza.

 

Alexandra Ripley si tuvo la osadía de hacer una segunda parte, pero solo logró hacer un folletín de la historia mejor contada de todos los tiempos. (Y no me refiero a la Biblia…). Ya se sabe, segundas partes casi nunca fueron buenas.

 

Y para hablar de claveles, mejor me paso a los rosales del parque, que es el mejor lugar para disfrutar de los dragones y mazmorras de un San Jorge cualquiera. Por lo tanto, basta de encierro y vamos a luchar con Primo de Rivera.

 

 

SIEMPRE NOS QUEDARÁ LA EXPO

Las cosas pasaron muy deprisa, los recuerdos tan despacio. Son tan breves tus sonrisas, tanto tiempo el que he esperado. Para mi jamás te fuiste porque el mundo se quedó parado. Aunque ha sido un poco raro…..

 

Tan raro volver a vivir si ti. Tan raro olvidar tres meses cargados de risas, momentos irrepetibles, gente que nunca volverá...Tan raro, como el día que vi que te tiraban abajo. Que derrumbaban sin miramiento una pequeña parte de mi pasado reciente. Y es que las cosas pasaron muy deprisa. Nunca pensé que 90 días pudieran precipitarse en mi vida como lo hicieron. Pero el recuerdo me acompañará siempre. Yo pasé por la EXPO y me quedé en ella.

 

Hacía mucho que no me veía. Nuestras miradas no se cruzaron pero él si pudo seguir mis movimientos. Lo que más le sorprendió fue mi risa cantarina. Yo caminaba junto al cámara camino de mi búnker particular y pudo apreciar que estaba radiante. Había recuperado parte de la felicidad que me habían arrebatado las circunstancias. El color había regresado a mis mejillas mortecinas.

 

En aquellos meses las horas perdieron todo su sentido, porque el mundo se había quedado parado. Cada reportaje era un nuevo descubrimiento. Cada cara, cada lugar eran diferentes e irrepetibles.

 

Hay imágenes grabadas en mis retinas y en las de muchos otros, doy fe. Aquella semana en la que todos los japoneses que visitaron la EXPO bailaron al son de mis palmas estupendas jotas aderezados con fajín, castañuelas y chaleco baturro quedan para la historia de esta Exposición Internacional.

 

“Te sales de la línea editorial”, me decían mis jefes. Que más da si estas haciendo algo que a una persona entre un millón le alegra le existencia.

Días después, estaba yo pateando la EXPO de mis amores y  se me acercó un entrañable zaragozano que me dijo:

“He estado enfermo muchos meses y en el hospital no veía llegar el momento de que por fin cayera la noche para verte. Para disfrutar con tu sonrisa y que me llenaras de alegría mis tristes horas enfermas”.

No lloré, pero no fue por falta de ganas. Por este señor merece la pena soportar todas esas charlas de la línea editorial. Para él y para muchos otros como él mi sonrisa.

Aquel día que salí  a la avenida principal de la exposición con varios vasos llenos de agua para “refrescar a la gente” también queda para la memoria histórica. “¡Bautízame bonita!”, me decía alguno. Y yo, ni corta ni perezosa, zasca, chapuzón que te va.

Hubo besos que valen su peso en oro, por lo menos para las cientos de fans que me tiraban de los pelos antes y después...

 

 

Hubo deporte periodístico. Y es que cada vez que había que tirarse por algún sitio, ahí estaba Adriana para poner su porte y su carsima. Madre mía, el día de la Gimcana casi no lo cuento...

 

 

 

A las 11 de la noche se daba el toque de queda. Terminaba el último directo del día y se cerraba el chiringuito. Sin embargo, yo seguí allí. Me perdía en alguno de los conciertos del anfiteatro. Mi querido Manu fue mi fiel escudero en muchos de ellos. Disfrutamos como niños de un mundo paralelo que nos daba un respiro, un paréntesis que supimos exprimir bastante bien.

Aprovechaba para disfrutar de todos los matices que adquiría el Ebro con el reflejo de una expo en sus entrañas. Supongo que nunca volverá a lucir tan seductor. El río sigue ahí, a la vera del Pilar, pero ya no es el mismo.

 

 

Y las playas fueron punto de encuentro de muchas noches en vela. No había chapuzones pero sí sobredosis de buen rollo y desconexión hasta límites insospechados.

Allí las amistades se forjaron. La Expo unió corazones, rompió otros.

Como si fuera ayer, me veo a mi misma delante del palacio de congresos. Era el último día de Expo y todo el mundo estaba exultante de felicidad. El cansancio había empezado a hacer mella en todos –extrañamente en mi no-.

Aquel día yo tenía que hacer 5 falsos directos en apenas dos horas. El último era a la orilla del Ebro. Había cientos de personas esperando ver los fuegos artificiales, los que sellaban un verano ecléctico. Mi función era hablar con ellos y explicar lo que estaba a punto de suceder, hablar de la pirotecnia en ciernes. Y fue entonces, alcachofa en mano y cámara encendida cuando comprendí que aquello llegaba a su fin. La Expo agonizaba y yo con ella.

Hice el último falso directo y corrí con la cinta a plató. La policía no me dejaba salir del recinto, el tiempo se agotaba y peleé a capa y espada para que me dejaran pasar las barreras de aquella fortaleza que estaba a punto de derrumbarse. Llegué ‘in extremis’, pero llegué. Salió mi directo segundos antes de que comenzaran aquellos fuegos artificiales que clausuraban mi sueño de muchas noches de verano. Manu estaba en el ático del Acuario no se muy bien con quien, no me quedó claro tras su llamada, aquello era el fin.

 

Varias lágrimas se derramaban por mis mejillas. Unas mejillas que el 15 de julio habían resucitado a la vida y ahora se preguntaban qué iba a ocurrir. ¿Otra vez la transparente palidez de la rutina?

Tronó el último petardo y mi corazón dejó de latir a la espera de un futuro incierto.

Y llegó la nueva temporada, sin tregua, sin tiempo para reposar.

Y me planté en la que había sido mi morada durante meses y que ahora parecía la guarida de un extraño. Nuevos ojos me miraban con recelo. ¿Quién era? ¿Qué hacía allí? Sin duda estaba fuera de lugar.

Pero el tiempo, maldito, pone siempre las cosas en su sitio.

Las amistades forjadas bajo los cementos de la EXPO volaron cual pájaro en busca de nuevos horizontes. Los fieles escuderos siguieron en la sombra, intentando sobrevivir en esta jungla, aunque siempre al otro lado de la línea telefónica para aparecer en el momento justo. (El olvido nunca se hará dueño de nuestros corazones).

Y una mañana de verano, de esas que ya anunciaban que el pasado estaba tocando su fin, apareciste junto a una cacatúa tras mi pitufo azul. Menos mal que a veces las primeras impresiones no son las que manejan los hilos de tu vida. Y sin pretenderlo algunas cosas se fueron por la borda pero otras se bordaron con hilos de seda. Para cuando te vayas, no lo olvides.

  

Espero que al menos nos quede la EXPO del nabo, en fin.

¡¡¡Oh SOLEDAD!!!

La he visto llegar despeinada, como yo, escondida tras unas gafas de sol que han mantenido el color de sus ojos en una incógnita y cansada, muy cansada (también como yo). Tras una noche de insomnio marcada por una infinita tristeza mis fuerzas han flaqueado más allá de la apreciación de cualquiera.  Pero esa tristeza infinita parece que ha quedado anestesiada, ya veremos hasta cuándo.

Tenía que hacer una entrevista a una persona de la que solo sabía lo que su página web había querido contarme. No hubo tiempo para más, pero su aspecto de madre de familia bohemia y con clase me tranquilizó bastante. Preparados, listos, ya. Un parque como marco para nuestra primera cita y un banco como punto de partida. Así comenzaba la entrevista….

Soledad Puértolas me desgranaba su vida, sus sueños, sus proyectos y yo la escuchaba ensimismada. Ya dije un día que vivir las emociones de otros es una de las mejores terapias para un periodista. Pero lo mejor ha llegado ‘off the record’, cuando la curiosidad me ha llevado a zambullirme de lleno en su cabeza. Escucharla ha sido como acurrucarme en un balancín a la merced de una brisa infinitamente sutil.

Me ha sorprendido saber que ella también tiene problemas para mantener su estilo con la pluma con el paso de los años.

“Las personas cambiamos, nuestras vivencias cambian y nuestra forma de escribir también lo hace”

Aquí me he sentido muy identificada con ella.

Y otra de las curiosidades que me ha regalado Soledad es la total ausencia de documentación en sus obras.

“Todo está en mi cabeza. La mayoría son vivencias personales aderezadas con grandes o pequeñas dosis de sensacionalismo”

A partir de ahora te leeré con otros ojos Soledad.

En un día infame como lo ha sido hoy, esta entrevista me ha demostrado que este trabajo te regala satisfacciones aun cuando tu cabeza les cierra la puerta de golpe.

Esta tarde con la Puértolas a la sombra de los ¿pinos? he recordado aquellos sueños infantiles. Yo quería ser escritora. Me veía agazapada junto a una ventana, aporreando una máquina de escribir y escupiendo los mejores best sellers del momento. Muy osada esa chiquilla que iba para química y que descubrió que las probetas no encerraban rima alguna.

Ahora me conformo con una poesía cuando dormito colgada de la luna, con algún relato de esos que te dictan las entrañas y con añadir más letras a este pobre blog que tanto me aguanta (casi tanto como vosotros).

Porque estos días mis gritos al viento siempre tienen respuesta y mis letras también la tienen. De veras, como dijo un día Antón Castro, hay que vivir para llenar la mochila y yo ya tengo algunos tesoros dentro.

“¿Qué recomiendas a todos esos jóvenes escritores que empiezan y no saben todavía muy bien por donde tirar?”, le he dicho realmente movida por una sana curiosidad.

“Que busquen en su interior y que realmente encuentren lo que quieren escribir”.

Yo he empezado a buscar pero creo que hoy no es el mejor día. Sobrevivimos a un lunes 13 y a un jueves 16, y mañana seguiremos sentados en la saetas de ese reloj contando los segundos que faltan para que caiga otra vez la noche.

 

Entre buñuelos y torrijas

La Semana Santa me evoca muchas cosas. En primer lugar, mi memoria recala en el Domingo de Ramos, “el día de la palma” lo llamaba yo de pequeña. Y es que durante mis tiernos años infantiles este día señalado solo tenía una finalidad. Todo mi universo giraba en torno al chupete de fresa gigante que me compraba mi madre al punto de la mañana. Llegaba la hora de comer y yo seguía retorciendo mi lengua en torno a sus curvas peligrosas…

En este ejercicio de memoria, el siguiente paso me lleva a ver a mi padre y mi abuelo vestidos de cofrades. Mi padre era el capirote más alto de la cofradía. Adivinarle detrás del hábito era la prueba de fuego durante la procesión. Mi abuelo era fácil, dirigía el paso. Él si vivía la Semana Santa como algo grande. Creo que era la fecha del año más emblemática para él. Y en su día, para mí también tuvo que serlo. De algo debió servir reposar mis huesos durante  quince años en un colegio de monjas, aunque el efecto era retornable porque ya ha sucumbido al olvido.

En aquellos maravillosos años, no me perdía ninguna procesión. Mi corazón latía acompasado al ritmo de cientos de tambores. Mi mente se nublaba cuando veía a los bombos con las manos ensangrentadas, ¿para qué? Los misterios de la Semana Santa. El viernes, mi madre y yo comprábamos una bolsa bien cargada de chucherías, buscábamos un hueco y echábamos la tarde en la procesión del Santo Entierro. La jornada se hacía digerible esperando como agua de mayo ver a “La coronación de espinas” doblar la esquina.

El Torneo Cesaraugusta era otro de esos momentos clásicos. Allí he estado de espectadora, de azafata y ahora de periodista. Este fin de semana, en el que Zaragoza echa la persiana, la combinación de aire libre, deporte y ambientazo era difícil de rechazar. Yo siempre con el Barça, y el Barça nunca ganaba. Cría cuervos…

Así pasaban los días, cada año un calco del anterior. Así, hasta que la rutina infantil se desmiembra y la vida deja paso al caos.

Este año he tenido suerte. Al menos, por una vez, hay tiempo incluso de echar la vista atrás y hacer un revival de los mejores momentos. Dos días de fiesta, a estas alturas de la novela, son un regalo caído del cielo.

“¿Qué vas a hacer estos días?”

“Voy a dedicarlos a mi familia y mis amigos. Voy a exprimirlos rodeada de mi gente. Da igual dónde y cómo. Esta vez solo me importa el con quién”.

Y ella se echó a reír. “Espera que se me cae una lagrimilla…”     

Y es que suena peliculero pero es así.

Hoy toca el Santo Entierro, un año más. Aunque me temo que no habrá ni bolsa de chucherías, ni paciencia para ver asomar a “La coronación de espinas”. Yayo, estos días realmente te echo de menos.

Mal fario porque llueve a mares.

“Dicen que mañana va a llover”, dijo él. “Bueno, en realidad mañana es hoy”. Yo le escruté de medio lado y le regalé una honesta sonrisa. “¡A ver si va a empezar a caer ahora y la liamos!”.

No sé cuanto tardó, me cuesta hilar esos minutos, se me escapan de la madeja. El caso es que hoy la lluvia me ha despertado. ¡Ves!, tenías razón. La torre de La Seo se me ha colado por la ventana empapada. Sus piedras centenarias también lloran a la Semana Santa.

Mientras, yo aquí me quedo, esperando a que salga el sol

Girando y cambiando

Estamos en época de giros de 360 grados. El primer cambio es el de las deserciones. Una amiga de las de siempre se marcha, nos abandona. Ya lo hizo, a medias, cuando prefirió la capital a la vida de provincias.  Pero siempre estuvo ahí, como un espejismo de aquellos días felices de la infancia. Para la historia quedará aquel fin de semana de locura, en una casa que haría las delicias del mismísimo Almodóvar. Chueca era nuestro campo de batalla, las tiendas de segunda mano, las trincheras y aquel mercadillo de antigüedades, la tierra prometida. Y es que con ella los minutos cunden como horas. Recuerdo aquella frase….”En la vida no hay que dejar pasar el tren, pero es que tú te subes a todos nena”. Y así han pasado los años, subiendo a trenes, bajando…pero siempre compartiendo estos viajes siderales.

Y ahora no se le ocurre mejor cosa que hacer las Américas. Coger el petate, cruzar el océano y multiplicar por varias decenas la factura telefónica. No voy a olvidar nuestro primer castigo compartido, ni aquellos veranos adolescentes en los que el sol salía siempre para todos. Aunque pongas agua de por medio, mi memoria navegará contigo. Buen viaje y nos vemos en Tiffanys desayunando.

Y seguimos con los cambios. Cuando piensas que la vida poco puede sorprenderte, llega la sorpresa con mayúsculas. Llega ella, otra ella que ha escrito junto a ti las letras de la historia de tu vida, y te regala una bomba de relojería. Y te das cuenta de que su vida va a cambiar, de que los días pasan y que tu también estas cambiando. Va una promesa al viento…ahí estaremos juntas regalando lágrimas al viento y sonrisas al eco del tiempo.

Y habrá más cambios. Volveremos a tirarnos a  la piscina, volveremos a lanzarnos a un vacío seductor. Pero esperemos que no se acabe la arena de nuestro estúpido reloj.  

Chicas, aquí o allá. Con novedades o sin ellas, aquí estaremos. Cambiaremos, pero aquí estaremos.  

Hoy sería mejor...no echar tanto de menos

Hoy sería mejor tener la cabeza hueca como una calabaza, que con ideas. Hoy sería mejor  ser un camello jorobado, que una persona con un mínimo de inteligencia. Hoy sería mejor haber seguido durmiendo, haber mandado  el despertador a la mismísima mierda  y haber olvidado que tenía 24 horas por delante. Hoy se cumple mi noveno día seguido trabajando y creo que mi cuerpo y mi mente gritan basta sin remedio.  Me duele la pierna y me duele ese nudo que a veces se te forma en la garganta cuando quieres reventar y no puedes.

Hace tiempo alguien me dijo
cual era el mejor remedio
cuando sin motivo alguno
se te iba el mundo al suelo

Y si quieres yo te explico
en que consiste el misterio
que no hay cielo, mar ni tierra
que la vida es un sueño

Hoy se había esfumado esa sonrisa matutina que un día inspiró la pluma de mi querido Paquito. Hoy hubiera pagado por ser invisible pero nadie me ha vendido esa suerte.

Estos días he retrocedido en el tiempo y he suturado mis heridas con el fino hilo del pasado. He vuelto a mi antigua habitación con mis fotos, mis muñecos, mis libros –todos han pasado por mis manos, algunos varias veces, pero no me canso de acariciar sus tapas-.  Por primera vez desde hace tiempo he recuperado esa sensación de hogar, la que te dan los colores y olores de sobra conocidos. Objetos que han dado forma a mi pasado. Y me doy cuenta de que a mi actual habitación le falta alma, o quizá sea yo la que la perdí por el camino, tan preocupada por perseguir un sueño y sobrevivir al mismo tiempo.

Estos días, rodeada de lo que fue mi vida durante muchos muchos años, me he dado cuenta de que echo de menos sentarme en el sofá a ver esa serie que un día me enganchó. Que echo de menos esas noches de plácida lectura, plácida porque mis preocupaciones habían quedado enterradas en alguna alcantarilla callejera.

Hubo tiempos en los que leer más de mil páginas era una agradable rutina

(Hubo tiempos en los que leer más de mil páginas era una agradable rutina)

Que echo de menos la sensación de viernes, la de saberse libre durante dos días y tres noches. Incluso tengo morriña de aquellos domingos por la tarde en los que maldices tu suerte porque tu felicidad cumple su fecha de caducidad. Echo de menos muchas cosas y la balanza empieza a oscilar peligrosamente hacia el lado equivocado.

Y a cambio, ¿el qué? Un escenario, muchos ojos escrutando cada uno de tus movimientos. Una enhorabuena, una foto, dos besos y alguna palmadita en la espalda. Un reportaje, dos broncas. Un artículo y la satisfacción de haber escrito sobre algo con lo que un día soñaste en voz alta.

Hoy los brazos ya no están en alto, descansan sobre mis costados, cansados, hartos y confundidos. Un día crees en esa oda a los combatientes y al siguiente reniegas de combatir.

Hoy me puede el agotamiento, pero supongo que mañana no me quedará otra que seguir aquí. Seguir echando de menos las que fueron mis series de culto, mis viejos libros, mis viernes o mis tardes de domingo.

 Al menos, entre tanta confusión, siempre habrá una Quilmes esperando sobre la barra y alguien dispuesto a sonreír a tu lado y compartir ¿el tiempo libre?

Y llegó el día del Kart

Eran las cuatro de la madrugada y una argentina de pura cepa me dijo algo así como….

 

“Pero che, ¿vos sabes que son las cuatro? Me matan las piernas nena. En tres horas nos levantamos….”

“Venga, la penúltima y a casa”, le decía con cara inocente.

 

Yo manteniendo mi ritual de no pronunciar nuca la palabra ‘última’, a partir de las 12 de la noche, pecado mortal…

La barra nos delataba con una amplia colección de botellines vacíos de Quilmes y es que fue una noche con auténtico sabor Argentino.

Sabor amargo y patético según el camarero que casualmente (y sólo casualmente) también era argentino. Pero el caso es que a mi me supo a gloria bendita. Yo estaba protagonizando una noche revival –antes escribo del eterno retorno y antes la eternidad invade mi espacio vital y me invita a la quinta Quilmes- serán cosas de la vida.

Exactamente quedaban doce horas para retomar mi jornada laboral. Me esperaba un reportaje en el club de tenis. “Búscate la vida y entrevista a algún chaval o alguien interesante del torneo Futures”, me había dicho mi jefe. Si contamos las ocho horas de sueño habituales, quedaba poco espacio para nada más. Sin embargo, exprimir la vida es una de mis especialidades y, cómo no, volví a poner en práctica esta habilidad.

 

Capeé el eterno retorno de la mejor manera posible y aún me quedaban dos horas y media para descansar mi cuerpo y mi mente.  Suficiente, según la evidencia de los últimos tiempos.

 

Había llegado el momento de entregar a los flamantes ganadores del concurso del Play Zaragoza su ansiado premio, una mañana de carreras en el circuito de Karts de la Ciudad del Motor de Alcañiz. A las 8 de la mañana una furgoneta me esperaba para partir hacia la tierra prometida del polvo y la goma quemada.

El condimento de la furgo: un conductor con mucha paciencia (reconozco que soy un coñazo si alguien tiene que aguantarme una hora de viaje…), una copiloto estupenda (o sea, yo), una Argentina en la parte de atrás en estado febril tras la correspondiente sobredosis de Quilmes y una manzanita que se encargaba de aportar al trayecto la ración justa de ironía. De propina, otro coche a la zaga con la parte verdaderamente importante de nuestro equipo televisivo: un cámara llegado del sur, un productor roquero, un realizador Fitipaldi y un comercial con camisa de Ralph Lauren. ¿Quién da más?

En la primera parada en busca de cafeína ya se mascaba la tragedia. Un simple bar de carretera y una camarera que creo que todavía sigue buscando nuestros nombres en frikipedia.

Los frikis unidos jamás serán vencidos

Aterrizamos media hora tarde en el destino, pero como nuestra presencia era insalvable (portábamos los trofeos, entre otras cosas) los sufridores espectadores del Play nos esperaban pacientemente.

 

“Esa pandilla es la que se encarga de amenizar nuestras noches de los lunes. Dios, hagamos zapping”, supongo que pensarían cuando nos vieron aparecer en todo nuestro esplendor.

Luego rectificaron al ver que somos los mejores al volante, claro…

Tras el reparto de equipos, de cascos y cumplimentar los correspondientes formularios para asegurar nuestras vidas (y yo me reía, si si) comenzaron las carreras. El Play se distribuyó de manera equitativa, redactores contra realizadores y comercial. Bueno, mis compañeros de lucha no estaban conformes en lo de equitativo, pero tenerme a mí en el equipo bien vale una guerra.

Comienzan las pruebas.

 

“Tengo miedo, estos coches corren mucho…”

“No te preocupes Adri. Tienen mucha estabilidad y es casi imposible sacarlos de la pista”.

“Ya, pero a mi se me dan estupendamente las cosas imposibles”

 

Seguda vuelta, Adri en la arena comiendo piedras y con las ruedas del coche a la virulé. Y mi querido negro azuzando al cámara para que no se perdiese ni un segundo de los que pasé sentada en mi Kart con las manos en la cabeza. Ay, si era imposible, si.

 

Pero lo peor estaba por llegar. Comienza la carrera, mis compañeros logran posicionarnos en sexto lugar. El Kart número cinco es nuestro rival. Intento coaccionarle con una invitación a cerveza cuando finalice la carrera, no da resultado. Me toca. Me subo, acelero, el número cinco se aleja…segunda vuelta…aparece un coche de la nada y me pego un tortazo que aún sigo dando gracias a dios por haber sobrevivido. La argentina toma la curva, del susto se inventa un nuevo trazado del circuito y hace vuelta rápida comiéndose tres curvas.  ¡Eso es trampa señorita Quilmes!

Y así, entre tortazo, salida de pista y más de un acelerón concluye la cita. Sextos y séptimos es el cómputo global del Play.

Todos contentos y yo coja y despeinada hago las veces de azafata y entrego los trofeos a los camicaces que han ganado la carrera.

 

Misión cumplida. A las cuatro y media de la tarde yo estaba en el Club de Tenis haciendo mi repor, con un gran recuerdo de una mañana de play y una cojera que bien vale una guerra.

 

Dedicatoria a las almas retornables

Hay algo que siempre he tenido claro, muchas veces en la vida en lugar de caminar hacia delante perdemos el tiempo trazando círculos. Nos regodeamos en los resquicios de ‘lo que fue’ y nos olvidamos de ‘lo que será’. Caemos en la telaraña del eterno retorno, esa regresión necesaria que cada cierto tiempo nos hace las veces de aspirina en caso de mareo.

Sin darnos cuenta, nos encontramos sentados frente a la pantalla del televisor viendo la temporada recauchutada de House –nos sabemos los capítulos de memoria-, o llorando de nuevo con “La vida es bella”, o quizá leyendo por enésima vez ese volumen de Reverte que nos traslada a una trinchera que ya hemos trillado en variopintas ocasiones. La cuestión es volver, revivir, sentir las sensaciones olvidadas que una primera vez quizá pasamos por alto. Y es que es posible que con este ritmo de vida necesitemos siempre segundas oportunidades para saborear y sacar todo el jugo a la vida. Lo bueno es que cada día estoy más segura de que afortunadamente esas segundas oportunidades la mayor parte de la veces llegan. Si, el eterno retorno.

Los amigos, si realmente lo son, te dan nuevas oportunidades. Los amores malogrados, a veces no se suben al primer tren, o si lo hacen, esperan en la siguiente parada a que se levante el telón de un segundo acto. Las series, si han de ser míticas, nos persiguen ocupando distintos papeles según el momento de  nuestra vida en el que aparezcan. Las canciones nunca mueren, mueren las cintas, los discos de vinilo, pero la memoria no falla y ese revival –tan de moda en estos tiempos que corren- se convierte en el abanderado de nuestras bandas sonoras.

Y dentro de este círculo vicioso, abogo por salir del ‘otra vez’, por abandonar la tediosa rutina. Aunque la vida nos regala personas y situaciones inevitables, siempre es posible reservarles una hoja en blanco, meterlas en una botella y tirarla al mar para que las olas se la beban en uno de sus iracundos arrebatos.

Guardo un recoveco en el alma
Que recuerda tu cara
Como nadie la vió
Río ,lloro y paso de todo
por el bien de los dos

El eterno retorno es también inevitable, siempre pensé que estaba ligado al destino aunque ahora comienzo a dudarlo.

Si nos ha de suponer una sonrisa, vivamos ese retorno. Si ha de hacernos llorar, el día que llame a nuestra puerta, es mejor echar la llave.

EN VENTA

Las noches cada vez son más cortas. Tanto robarle minutos al sueño, que el sueño se apodera de mi vida cada segundo de mi existencia. Y es que si quieres trabajar (en exceso, como es mi caso), tener una mínima vida social –para que tus amigos no olviden tu cara, tu sonrisa, el sonido de tu voz (en mi caso lo de olvidar el sonido de mi voz es más complicado…)- , leer, escribir y dedicarte tiempo, sin olvidarte de ti mismo, (hasta ahí todavía no he conseguido llegar) pues tienes que saquear tus noches o mal vamos. Y tanto robo a mano armada puede terminar pasando factura. Puede que llegue un día en el que simplemente no puedas levantarte de la cama. Hoy ha sido ese día y lo peor de todo es que la cura de sueño ni llega, ni tiene visos de llamar a mi puerta en breve.

Un amigo, de los que siempre valoró su tiempo de ocio por encima de todo, me decía el otro día que había claudicado a la trampa de esta rueda infernal. Y si él ha claudicado, mal vamos.

¡¡Massnu!! ¡¡¡Resiste!! Sin ti me quedo sin referencias. Una vez te dije que cuando decidiera disfrutar de la vida te llamaría… ¿A quién voy a llamar ahora?

Y la realidad es que la alternativa es demasiado descafeinada para valorarla siquiera. Una vida con colchón, con pijama de franela pero sin condimento me deja con hambre.

Precisamente hoy, cuando mis huesos, mis músculos y mi cerebro estaban a punto de pulsar la tecla de ‘off’ ha llegado esa chipa que activa mis entrañas para seguir luchando en esta jungla.

El cámara y yo caminábamos por uno de los centros comerciales de esta ‘entrañable’ ciudad cuando una mujer ha proferido un tremendo grito.

 

“¡Dios mío! ¡Eres Adriana!... ¿Tú sabes la cantidad de buenos ratos que me has hecho pasar? ¿Sabes las reuniones familiares que ha habido en mi casa en torno a la televisión para verte en tus entrevistas y reportajes? Eres un tesoro”

 

Me ha dicho. Me ha plantado un par de besos y un abrazo. Y en una semana sensible como ha sido la presente, este momento me ha tocado la fibra. Una vez más, he sentido el cariño de la gente. Este trabajo tiene esa recompensa, personas que te abrazan sin conocerte porque les has hecho feliz en algún momento de la semana, del mes o del año.

 

Sin embargo, lo que necesitas es el abrazo de esa amiga que ayer te estuvo esperando casi una hora porque tenías que hacer una entrevista, ese chico con el que te mueres por tomar una cerveza y tu crucigrama calendarizado te lo pone crudo o esa incondicional que lleva casi un mes conformándose con tu voz telefónica. Hoy yo me vendo por ese abrazo. Hoy pongo en venta mi tiempo, mi sonrisa y mi resistencia porque no tengo dinero para pagarlo.

Parece que mi camara lenta
Ya perdio la cuenta
Y no esta contenta
Mi muñeco vudú
Se perdió en la tormenta
Con mil alfileres clavado
En mi corazón en ventaa
Que nadie viene a comprarlo,
Mi corazón en venta.

TRISTE REFLEJO

Te miro de soslayo, intento leer en tus ojos

y me choco con un espejo

en el que solo veo el triste reflejo

de los míos llorosos.

Mármol en tus caricias

un abrazo que detiene el tiempo

pero las manecillas avanzan

y se besan a las doce

reflejadas en tus ojos negros.

Unos ojos que lloran

porque un segundo extingue el beso

y aparece el fantasma de tus miedos

la palabra sin frase de tus versos

la memoria sin tiempo de tus sueños.

Ese cielo lanza brazos invisibles hacia mi

¿Quién celebra hoy en día su santo a parte de los pepes, jorges (tener fiesta cada san Jorge marca mucho…), águedas…? En realidad yo estuve durante años buscando mi nombre en los calendarios santeros sin encontrarlo. Queda claro que Adriana no es un nombre bíblico y que quizá nunca ninguna tocaya mía fue lo suficientemente buena para que la canonizaran. Tendré que hacer méritos para ser la primera…

 

El caso es que mi abnegado padre siguió buscando y, según él, lo encontró. El día 5 de marzo, festividad señalada en esta ventilada ciudad, aparecía en un roído calendario como “Santa Adriana”.

No sé si yo tengo el perfil de una diosa griega, pero desde luego mi nombre si lo tiene. Ariana o Ariadna era considerada como el prototipo de la feminidad y del trabajo, una especie de “beata”(feliz) de la antigua Grecia. Significa santísima o castísima. Mira por donde que me gustaron todas estas definiciones y voy a terminar apropiándomelas...

 

Y llegó el día 5 y mi santa debió de revolverse en su santuario porque casi nadie se acordó de mentarla. Estamos en época de crisis; crisis económica, crisis de valores, crisis sentimental y los santos ya no son lo que eran. Digo casi nadie porque la vida siempre se guarda alguna bala en la recámara y de vez en cuando dispara. Santa Adriana disparó, e hizo un triple 20 en mi diana particular. Gracias, no puedo decir mucho más, hubo tiempos en los que aún cantábamos.

 

Cambiando de tema, ayer seguí con mi aprendizaje musical particular. Bebiendo de mis amigos y robándoles momentos aptos para una media sonrisa, como siempre. Llega un día en el que no te apetece especialmente pelear con las estrellas y simplemente te dejas llevar. Y si encima te enseñan que esta noche es ’la’ noche, o que mañana puede ser un buen día, pues mejor que mejor.

 

"Cuando escapas de la rutina descubres que todo es relativo. Además tú eres buena tía y tía buena..."

 

Me decía ayer una amiga desde otras latitudes. Tendremos que hacerle caso.

Todos estamos en el mismo barco y en definitiva, aunque cada uno tenga sus puertos particulares, navegamos bajo la misma ciercera. Hoy prometo bajarme en vuestro puerto y ecomendarme a estos planetas.

 

 

Y quiero que sepas
que espero que acabes
colgando de un pino
cuando veas lo imbécil que has sido,
cuando veas que lo has hecho fatal.

(Muy escatológico, si señor...)

Voy a decirte que no, a ver si de una vez, consigo que te cueles en mi cama...

...Sembraré la confusión
si tu plantas la hiel
y ambos dejamos de andar por las ramas

Hay veces que tenemos que rendirnos a la evidencia. Cuando algo te lo repite mucha gente…tendrás que empezar a pensar que quizá llevan razón. Más aún si quien te lo dice pertenece a ese reducido grupo de amigos que ha estado más o menos tiempo a tu lado disfrutando de tus virtudes y sufriendo en silencio tus interminables defectos. Al grano… Si por algo me he caracterizado siempre es por mi pésimo gusto musical. Por pereza, por dejadez o simplemente por falta de interés, la banda sonora de mi vida se limitaba a la radio, y si podía ser en castellano, mejor (así no había que esforzarse en entender nada).

Mis pobres y sufridores amigos andaban fritos todo el día intentando culturizarme mínimamente, tarea que se antojaba ardua y complicada. Algunos claudicaron (Mary, ya lo siento), otros nunca cesaron en su empecinamiento (te lo agradezco Jauma, siempre nos quedará el Candy). Pero es ahora, cuando menos tiempo libre tengo y más lo necesito, es ahora cuando he empezado a escuchar cosas nuevas. Más vale tarde que nunca, se suele decir.

Puede que esto sea consecuencia de una desbordada necesidad de escapar de la tediosa rutina. Dame una canción nueva y te la pago con una sonrisa. Dame una letra que me enganche y te debo media vida. Regálame una melodía que marque el ritmo de mis sentimientos y bailaré al son que tú me digas.

Es como pasar de alimentarte de comida basura a saborear un jabugo de pata negra. ¿Terminaré volviéndome músico-sibarita?

Y en esa búsqueda, no buscada, del sibaritismo llegó él. Llegó Rafita. Llegó Rafa Pons. Me lo descubrió un negrito batango, que a su vez lo había bebido de alguna trinchera escoltada entre lejanas murallas. Nada más paladearlo supe que bien podría alimentar mis días y también  muchas  noches. ‘Romper el hielo’ cuando te invade la rabia, ‘suponer’ cuando te puede la melancolía, volverte ‘un poco idiota’ cuando llegan esas irresistibles olas de ñoñería o morir ‘en el 2º acto’ cuando cae el telón y arrastra tus últimas esperanzas. Con Rafita he vivido últimamente todo esto y más.

Y por azares de don destino Rafita aterrizó en Zaragoza el 27 de febrero para “insistir” en mi vida. Llegó, vio y venció, no sin antes padecer una de mis despiadadas entrevistas.

Queda mal decirlo, pero por una vez mi amor propio me llevó a prepararme un cuestionario que luego, ni de lejos, fui capaz de seguir (de nuevo aquí he de agradecer al atrincherado en la Perestroika su ayuda en las labores de documentación y producción, sin ti nada hubiera sido igual).

“No te puedo decir si mis letras son o no autobiográficas. Perdería todo el misterio. Quédate con que las que hablan de historias rebeldes quizá no vayan conmigo y viceversa…”

Claro, Rafita, claro…pero a mí me gustas más así, algo canalla…

“¿Podrías hacerme un favor? Es algo personal. Rafa, por favor, ¿serías capaz de romper el hielo conmigo?”

Cara de susto, rápida reacción y, cómo no, rafita me destroza el corazón al oído, rompiendo el hielo.

“¡Dios mío!, tu ya me conocías, ¡te sabes mis canciones!!"

Y no soy la única, hay más sibaritas que beben de tu música canalla.

Y esta entrevista llegaba con premio, llegaba acompañada de más de una hora de concierto. Entre cerveza y cerveza, sonrisas, alguna foto…Rafita dejó pocos temas a la imaginación. Uno tras otro fue desgranando canciones de su anterior disco ‘mal te veo’ y del nuevo ‘insisto’. Por fin le pude ver en directo bailando su ‘mala puta’ y, por fin, puede comprobar que la humildad no está reñida con ser un puñetero crack.

Nos vemos de nuevo Rafita, en tu próximo concierto, pero aunque te toque la barita mágica de la suerte no abandones estas pequeñas salas, nos gusta tenerte cerca. Nos gusta paladear tu deje de truhán melancólico cuando hablas de Julia Roberts, pero cerquita, sin tapujos.   

Voy a pasar de salir,
Por qué prefiero entrar
Donde tú elijas, yo nunca me quejo.
Sólo habrá que decidir
cuando pueden pasar
mis yemas, niña, por tus recovecos.

Un Oscar...sin azúcar, por favor

Esta noche muchos se van a quedar sin dormir y no precisamente por los carnavales (y eso que yo posiblemente tendré pesadillas después de ver esta mañana a toda la población zaragozana concentrada en el Paseo Independencia con unos ropajes cuanto menos curiosos –uno tío hecho y derecho vestido de abeja maya seguramente protagonizará mis trastornos del sueño esta semana…-).

Pero no, la cita con el insomnio en esta ocasión está en Hollywood. Se entregan los Oscar y nuestra ‘Pe’ está nominada a mejor actriz de reparto. Precisamente esta era la pregunta de mi encuesta de calle esta semana en Adoquines. “¿Cuál es su quiniela ganadora? ¿Penélope si, o Penélope no?”. A mi sinceramente me importa bastante poco. Siempre he pensado que los Oscar son al cine algo así como Eurovisión a la música, y prefiero ahorrarme mi opinión sobre Eurovisión. Lo siento si hiero susceptibilidades, pero como opinar es gratis… Sin embargo, a raíz de esto he recordado una conversación que hace muchos muchos años tuve con una de esas amigas del alma. “Amiga de la infancia”, como dice ella.

 

“Si ahora mismo te concedieran un sueño, ¿qué pedirías?

Está claro, que tontería, pues ganar un Oscar o un Goya en su defecto, porque con mi inglés…

¿Y tú?

Pues yo quiero ganar un Pulitzer

 

Ella estudió psiquiatría, yo, químicas. Ella se fue a Madrid y allí ha buscado eso que tanto deseaba, una oportunidad para sacar ese ángel que yo se que tiene y que lleva dentro. Yo dejé una vida hecha y organizada para dedicarme al periodismo. Ella sigue buscando su oportunidad, yo intento aprovechar la mía.

Y ahora, recordando aquella conversación con la perspectiva que te da la vida, se me escapa una sonrisa. No se si se nos puede tachar de ilusas, de ridículas o de estrafalarias. Quizá preferiría pensar que somos soñadoras, estúpida y a la vez maravillosamente soñadoras.

Y es que, al igual que opinar, soñar también es gratis.

Digo esto una tarde de domingo, con un lunes complicado por delante. Complicado porque a veces hay gente que quiere cobrarte tus sueños, hacerlos pedazos.

Pero bueno, un lunes siempre esconde la promesa de un martes. Y el martes nadie impedirá que yo siga soñando.

THE RANGERS

Siempre se había comentado en la tele, “Paquito es un crack, canta de miedo”… pero como todo… tú ves el fuego pero no te percatas del incendio hasta que te arde la cabeza. “Adri, que canto este finde” “Adri, que nunca vienes a verme”… Año y medio compartiendo producciones televisivas, unas veces infructuosas, otras tremendamente rentables pero de cantar, nada de nada. Es lo que hay cuando se tiene al genio en casa.

Pero un buen día, sin demasiada premeditación, la verdad, Paquito cantaba con “The Rangers” en el café Dublín y allí estábamos todos. Sinceramente, aquella noche yo no esperaba nada de ese concierto. Ni mucho, ni poco, simplemente no me lo había planteado. Pero el señor Cester saltó al escenario como un ciclón, con una energía que electrificó a toda la audiencia, con una determinación arrasadora y con una voz que me heló la sangre. Y así, con la sangre helada y la boca abierta escuché las cesterianas versiones de Satisfaction, Stand By me…Todo un regalo el que nos hizo este hombre que lleva media vida pisando escenarios y garabateando poemas que harían palidecer al mismísimo Sabina.

Y como todo lo bueno engancha, Paquito también nos enganchó. Y al poco tiempo hubo que repetir y beber de nuevo del elixir que nos da este artista, productor, poeta…

La cita en esta ocasión era en el Prior. Esta vez sí sabía a lo que iba. Sabía que la voz de Paco haría temblar hasta la última mota de polvo del garito. Sabía que se me erizaría la piel y sabía que iba a emocionarme en el preciso instante en el que nos dedicase alguna canción. Y como lo sabía, había que hacerle un pequeño homenaje. Una cámara, un micro y un reportaje para este curioso sabio de la vida. 

 

PD: Enganchada como estoy, hay que repetir. Allí estaré de nuevo, entre tu fiel audiencia. Las operaciones pasan Paquito, pero la voz nunca desfallece, la voz estará siempre ahí. Recuperate pronto para seguir cantándome al oído.

Te vendo un corazón...

Venga, vamos, hoy es San Valentín. Por cientos, por miles o por millones se pueden contar todos aquellos que van a pasar del día entero columpiándose entre corazones, como en un baile de ilusiones. Los hay grandes, pequeños, más o menos horteras…el caso es que los hay por todas partes. Corazones que decoran escaparates, ilustraciones… Corazones que han escapado de algún baúl de los recuerdos. Y es que, cuántos son los que entierran su corazón en lo más recóndito de la memoria y un 14 de febrero cualquiera lo rescatan para hacer el paripé. Cuántos los que ni sienten ni padecen, pero saben fingir estupendamente.

Precisamente hoy, es el día del teatro callejero. Esos actores de la vida y del amor hoy tienen una oportunidad para representar el papel del mes y, si te descuidas, el papelón del año. Y no te engañes, éstos no están sobre las tablas de un teatro, los tienes a tu lado. Dejan que la vida pase. No aman. No sufren. Desde luego su existencia no es precisamente una montaña rusa. Pero llega San Valentín y, por supuesto, cumplen con lo que mandan los cánones. Lo peor, que si no eres un poco inteligente te crees su farsa.

Con esto no quiero destrozar a machetazos las ilusiones de aquellos que todavía creen en príncipes y princesas.

Ya no te tengo miedo
nena, pero no puedo
seguirte en tu viaje.
Cúantas veces hubiera dado la vida entera
porque tú me pidieras
llevarte el equipaje.
Ahora es demasiado tarde, princesa...

Con esto no quiero decir que no haya historias verdaderas dignas de desencadenar ríos de tinta. Con esto no quiero ser abanderada del desamor o inducir a una dolorosa incredulidad. Todo es posible. Pero quizá, estas historias hoy no estén celebrando el día de San Valentín, seguramente no lo necesiten. Porque sus protagonistas no son burdos actores, sus protagonistas estarán subidos en la montaña rusa de la vida preocupados por no perder el rumbo.  

Yo hoy me conformo con estar subida en esa montaña rusa. Sufres, amas, ríes… pero lo más importante, sientes cada uno de los segundos en los que te deslizas a cien por hora por sus siempre tortuosos raíles.

Feliz día de San Valentín.

ES OTRA HISTORIA

Si algo tiene de bueno ejercer de periodista (no digo serlo, porque todavía no tengo muy claro qué quiere decir eso de ‘ser’ periodista) es que cada día te encuentras con historias que no son la tuya. Esos momentos en los que huir de ti mismo se hace necesario, es bastante agradable tener otras vidas en las que zambullirte. Es como cuando navegas entre las páginas de un libro, haces tuya una vida que no te pertenece. Y el periodismo es como las novelas, lees y lees en las mentes de otros. Puedes dejar tu loca cabecita para otro día.

Concretamente esta mañana hice una entrevista que como terapia no estuvo nada mal. Un hombre que ha vivido, como él dice, llenando su mochila de experiencias y sensaciones, cual inmigrante. Y ahora, tras muchos  años ejerciendo el periodismo, se siente satisfecho. Y es que esta mañana he conocido un poquito más al poeta, escritor (y mil definiciones que nunca terminarían de retratarle completamente) que trajo de Galicia su deliciosa prosa. Antón Castro es gallego de nacimiento pero su corazón está aquí, en Zaragoza. Por amor se quedó a orillas del Ebro (un beso bien dado lo retuvo más de lo previsto  en esta ciudad) y por amor a esta comunidad autónoma ha trabajado duro para dar a conocer todo lo que de cultura y arte podamos esconder los maños.

Su historia es una de esas que merece la pena adoptar en momentos de crisis. Dice que adora su profesión porque le permite descubrir algo nuevo cada día. Ama a todo aquel que tenga algo que aportarle. Ama la fotografía, porque en ella la realidad detiene su tiempo. Y es que si de un vicio se le puede acusar es de intentar capturar la realidad en una instantánea, en un relato... Dice que como buen gallego es un ‘contador de historias’, y yo me quedo con la suya. Yo me quedo con el placer de haber entrevistado a una de esas personas que te enseñan con cada respuesta. Me quedo con la suerte de haber podido vivir hoy su historia y dejar la mía para otro día.