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Mi cosecha

"Coctelera" veraniega

Sin duda, en la vida vas pasando por diferentes etapas y a los 30 ya te ha tocado lidiar con unas cuantas (y las que quedan, espero…). En cada uno de esos peldaños afrontas las situaciones un poco “como te viene el aire” y ahora me pongo a recordar y… mejor me explico.

Cuando eres una mocosa que no levanta tres palmos del suelo llegan las vacaciones y, ¿cómo las afrontas? A mi me entraba una profunda depresión (nada grave, claro) porque me gustaba el colegio. Me gustaba levantarme cada mañana, coger mi bolsita con el almuerzo y subirme a ese autobús que me conducía directamente a ese gran lugar llamado escuela. Tres meses de vacaciones implicaba romper mi rutina y no solo eso, también dejar de ver a mis amiguitos durante tres largos meses. En aquella época nos mandábamos cartas, con remitente y todo –algo que creo que ya no se estila, pobres carteros-.

“La niña ha sacado todo sobresalientes (y es que la mocosa era un pelín repelente) y lo que tiene que hacer este verano es descansar”, argumentaban mis profesores en la consabida reunión con los padres a fin de curso.

¿Descansar? ¡Pero que dicen! La enana se compraba todas las ediciones de verano de los cuadernos Santillana y la nueva colección de “Mis juguetes, las palabras”. Y bajaba a la playa con una maleta de cuadernos, lapiceros y demás colorines. La tragedia llegaba cuando a los 15 días ya me había comido con patatas todos los capítulos.

“¿Perdone, además de Santillana y “Mis juguetes la palabras” tiene algo nuevo que tenga a la niña entretenida dos meses más?  

¿Qué ha suspendido la pequeña?

¿Suspendido? Nada, nada… Es cuestión de ocio…”

Esta era mi pobre madre buscando ‘crucigramas infantiles’ para el retaco.

Y luego resulta que terminaba disfrutando de mi tiempo de asueto. Era cuestión de aclimatación.

Luego creces un poco, coges las vacaciones con ganas pero tu unión fraternal al colegio es tan grande que terminas convenciendo a tus padres –el otro a los suyos, la otra a los suyos…- para terminar todos los compañeros en el mismo emplazamiento.  No se cuantos nos juntábamos en Jaca pero igual no me llega con los dedos de las dos manos. Total, que eso de desconectar, quedaba muy lejos de la realidad. Aquello era una especie de “Al salir de clase”, con parecidos ingredientes solo que aderezado con una piscina y algo de calimocho nocturno.

Pasan algunos años más y te incorporas al mundo laboral. Craso error –todavía no logro entender por qué a los 15 todo el mundo tenía tanta prisa en crecer. Yo desde luego no tenía ninguna gana-

Y las vacaciones aparecen en tu horizonte como un Oasis en medio del desierto. Si tienes una vida medianamente organizada, te vas con tu familia o con tu pareja a algún lugar tranquilo a disfrutar de ese necesario cambio de aires. Yo también he pasado por esa etapa, en su día también pasé por ella.

Y después, a los 30, ten encuentras con el verano 2009. No exagero si digo que empecé las vacaciones en estado de shock. Ni Oasis, ni amor fraternal, ni desconexión…solo shock. Gracias a que merecidamente (no me voy a quitar el mérito) tengo gente alrededor que ha tirado de mí, de mi shock y de la madre que me parió. Ya he consumido la mitad de mi asueto. El shock creo que continúa, aunque bastante edulcorado gracias a los días en la playa, las espectaculares fiestas de Teruel y unos prometedores días en la ciudad Condal pero… ¿será que me he retrotraído a la infancia y vuelvo a necesitar tres meses de vacaciones? Quizá.

Aunque en esta ocasión he cambiado los cuadernos de Santillana por la trilogía de Millennium. Voy por el tercer libro y aún me quedan 15 días.

Siempre me pasa lo mismo, la enana lo consume todo antes de tiempo.

El tiempo pone a cada uno en su sitio

Más por falta de ganas que de tiempo. Más por falta de inspiración, que de memoria histórica (hay muchas cosas por contar). Más por elección, que por decepción. El caso es que no acertaba a hilar dos letras seguidas pero aquí estoy, para contaros una de vaqueros.

“Era una calurosa tarde de agosto. La solana picaba con malicia en las áridas tierras de Jony Capotes. Cinco años buscando el mejor ganado por todo el condado y otros tantos ejerciendo de abnegado ganadero, habían dado como resultado una próspera hacienda en la que los días se sucedían al compás de la ciercera. El negocio daba dinero y pocos problemas. Quizá la tediosa rutina se había convertido en el mayor de los inconvenientes.

Desde que quemó sus últimos calzones infantiles, a Jony le brillaban los ojos cada vez que un vaquero bordeaba sus terrenos a lomos de un bravo corcel. Esas botas, ese sombrero de cuero raído, esas pistolas bien encajadas al borde de la cadera…

Serían los enajenantes efectos del amigo Lorenzo, o sería la divina providencia, pero un espejismo arrojó ante las narices del ganadero su viva imagen en medio de una reyerta, pegando tiros a diestro y siniestro. Aquella tarde de agosto, Jony decidió dejarlo todo, comprarse un caballo, un par de recortadas y un sombrero de piel curtida. Al día siguiente, sus animales comenzaron el principio del fin, pero el sueño de toda una vida tomó alas. Jony buscó ese espejismo y luchó por hacerlo real.   

Se hizo vaquero, día a día, mes a mes, año a año y terminó peleando junto a aquellos que tanto admiraba. Su carácter decidido y su templanza, siempre fruto de sueños infantiles, le hicieron un hueco en ese duro panorama. No era el mejor tirador, ni el mejor cabalgando, ni el mejor en los tratos verbales. Sí era diferente. Sencillamente, único y diferente.

El camino no fue fácil. Siempre tuvo que lidiar con esos vaqueros que cercan su territorio e intentan exterminar a aquel cuyo nombre comienza a sonar, quizá, más fuerte que el suyo. Y hubo muchas tardes de verano en las que este hombre con sueños infantiles estuvo a punto de tirar la toalla.

No fue por falta de ganas de aquel Sheriff, orondo y algo analfabeto. Con su placa brillante, fruto de chupársela a algún otro necio con los mismos escrúpulos (es decir, ninguno), intentó hacer de su propia biblia una ley popular. Jony no tenía evangelios en esa biblia y el Sheriff iracundo apretó el gatillo en varias ocasiones, sin éxito. A dios gracias.

Fueron malos tiempos, duros, pero Jony no claudicó y siguió peleando.

Hoy es uno de los vaqueros más ancianos, respetados y temidos del condado. Los suyos, los que nunca le fallaron, continúan a su lado. De vez en cuando echan una partida y recuerdan aquellos años de batalla campal contra el orondo analfabeto. El Sheriff murió ahogado en su propio vómito una noche de borrachera. No tuvo entierro, nadie sabe donde descansa su cadáver, ni falta que hace......"

Moraleja: El tiempo pone a cada uno en su sitio

CIERRA LOS OJOS

- ¿Me has estado siguiendo?
- Por supuesto... que no, pero tenía la corazonada de que nos encontraríamos.
- Ya.
(...)
- ¿Qué pasa Cesar, tienes miedo?
(Sube al coche)
- Había de esto en la fiesta, ¿quieres?
- No, paso.
- Sigue, hazte el niño bueno.
- No necesito colarme para pasármelo bien.
- Ya lo he visto.
- No deberías meterte eso si conduces. (ella se traga las pastillas) ya te vale.
- Cesar, ¿Qué es para ti la felicidad?
- ¿Qué?
- Para mi la felicidad es esto, estar aquí contigo y, ¿para ti no?
- No sé Nuria, no estoy para conversaciones trascendentales a estas horas.
- Ya, lo que pasa es que tienes la cabeza en otra parte, ¿verdad cielo?
- Puede.
- Solo hay una cosa que me jode.
- ¿El que?
- Que no sepas nada de mí, solo sabes que me llamo Nuria y que follo bien.
- Eso son dos cosas muy importantes.
- No sabes ni donde vivo y seguro que no conservas ni mi número.
- Bueno, por algo se empieza, ahora voy a conocer tu casa.
- Ya falta poco. Dime una cosa, ¿crees en Dios?

Y quizá sigues soñando, pero llegas a mi casa. Enlazas tus dedos entre los míos en un efímero lazo. Cuando despierto no estás, pero la esencia de ese accidente inevitable me recuerda algo. He memorizado cada una de las líneas de tu huella. Solo me queda robarle unos minutos más a la almohada, quiero seguir soñando. Quizá entonces regreses y hagamos un nudo de marinero, menos efímero.

Hoy es un día grande por varios motivos. Por fin viene a casa, y llega para quedarse. Un pequeño homenaje a esa loca, lunática y divertida mujer con la que puede que me identifique un poco. Siempre acompañada de su inseparable "Bizcochito". A tus pies me rindo campeón y en tu memoria, el nombre del nuevo inquilino de mi humilde morada.

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Si algo puedo recomendar a todo el destalentado que siga alguno de mis pasos es que una sonrisa es la mejor terapia ante cualquier contratiempo. Suena a típico tópico pero es cierto. Una carcajada y liberamos un cargamento de endorfinas (aunque mucho cuidado, no sea que con tanta endorfina en el amnbiente nos vayamos a enamorar de un imbécil, que todo es posible).

El caso es que Ally y Bizcochito me hicieron navegar entre olas de endorfinas en muchas ocasiones y hoy para ellos mi grato recuerdo.

Dulces y empalagos a parte, hoy también puede ser un gran día deportivamente hablando. Si no hay sorpresas y todo sale como el 99% de los zaragozanos esperan, esta noche el Real Zaragoza será un equipo de Primera. A mi el fútbol, sinceramente, me resbala (a no ser que lleve colores azulgrana, entonces despierta algo mi atención) pero soy buena ciudadana y hoy me uniré a todos esos corazones contentos. Solo pido al supremo que no me toque ir a la plaza España a hacer la crónica de ambiente entre todos esos borrachos felices y mojados...por favor...

Aquella vez si mereció la pena. Me mojé, cante y disfruté como una enana, pero hoy no va a ser lo mismo. No cambio el rojo por el blanco. Corazón rojillo hasta la muerte.

"Te recuerdo hace tres años, sentada en un banco, apuntando cuantas vueltas dábamos al parque. Todos te mirábamos pero no nos podíamos acercar", me dijiste ayer.

Y yo recuerdo que en aquel artículo hablé de la complicidad entre argentinos, ya en pretemporada. Ya ves las vueltas que da la vida. Ha llovido mucho desde entonces. Un ascenso y un descenso, imagínate y seguro que va a seguir lloviendo. Como en aquella noche en la plaza de España, que cayeron chuzos de punta.

Hoy, además, es San Antonio. Creo que a tí es a quien van las mozas casaderas a pedir un buen novio. Yo no te pido nada, faltaría más. Solo te digo felicidades, ya se que no sueles olfatear esta pequeña parcela de mi vida, pero si la curiosidad te trae de viaje por aquí, felicidades.

ABRE LOS OJOS

- Ellos, todos, dicen que estoy loco.
- No, claro que no estás loco, pero ¿qué pasaría si te dijera que estás soñando?
- No, no, no.
- ¿Y por que no?
- Mire, yo sé lo que es real y esto es real.
- ¿Y tú como lo sabes? Los sueños no se descubren hasta que uno despierta.
- Lo sé y basta. Mis sueños son mucho más simples que todo esto.
- No, no hay ningún sueño simple. Mira a toda esta gente, parece que están hablando de sus cosas ¿a que si?, completamente ajenos a ti, y sin embargo podrían estar ahí porque tu lo has querido, es mas, podrías hacer que se pusieran a tu servicio o, al contrario, que te destruyeran.
- Lo que quiero es que se callen y usted también.
(Todos se callan)
- ¿Lo ves?
- ¿Qué esta pasando aquí? Que alguien me diga la verdad ¡joder!
- La verdad puede que no la soportaras.


El otro día, en una rueda de prensa, lo escuché de boca de un individuo por el que perdí el poco respeto que me merecía. Me pareció un puñetero engreído, sin embargo, aquello que dijo se me quedó grabado y creo que es lo único de todo su discurso que realmente tiene algún sentido.

 

“A veces, un simple cruce de miradas, un SMS o una llamada telefónica puede cambiar el rumbo de tu vida”

Y es muy cierto. Supongo que todos recordamos determinados momentos, instantes de nuestra vida que luego, para bien o para mal, han marcado nuestra existencia.

Así que cuando te levantes por la mañana y pienses que tienes un día de mierda por delante, cuidado porque quizá te encuentres con alguna sorpresa.

Por ejemplo esas maravillosas fotos del amigo Berlusconi que el otro día provocaron peleas a mandíbula batiente en la redacción del Heraldo. Todos queríamos un ejemplar... (hubo quien se recortó el repor para pegarlo en la portada del cuaderno de las ruedas de prensa...)

 

En mi calendario personal hay fechas rodeadas con un enorme círculo rojo, difíciles de olvidar. El día que me asomé por primera vez a aquellos camastros en mis primeros campamentos (allí hice amigas de las que aún hoy estoy orgullosa), aquel paseo con Laurita por el parque Primo de Rivera (dios si trajo cola…todavía se me ponen los pelos de punta al rememorar aquel cruce de miradas), el primer día trabajando con la Zaragozana en la Feria de Muestras del Pilar, alguna sorpresa mayúscula en forma de comentario en mi blog o el día que cayó en mis manos un periódico con un anuncio del “Master de Heraldo”. Y hay una lista infinita, aunque mis días sobre este planeta son aun más infinitos.

 

Y esto sale a colación en una semana en la que precisamente una de las personas que hoy en día participan en mi rutina ha visto su universo patas arriba (en el mejor sentido de la palabra) gracias a un simple -o no tan simple- comentario en un blog.

Doy fe de que a partir de ahora, cuando dé la vuelta a la llave de mi nueva cerradura, dejaré la puerta abierta a sorpresas mayúsculas.

Así son las cosas, nunca se sabe. Simplemente hay que mantener los ojos bien abiertos y la boca bien cerrada.

“Uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”, decías siempre. Cierto, muy cierto. Pues vamos a callarnos y a observar lo que se cuece a nuestro alrededor, que la película promete.

 

Una vez, si mal no recuerdo,
me tenías en la punta de los dedos.
Las secuelas de los viejos días
estarán conmigo el resto de mi vida.

Una de pastillas de goma

Por circunstancias de la vida, llevo una semana sin ordenador, ese aparato que durante años ha sido mi bestia negra y ahora es mi mascota más preciada (así de voluble es la vida…). Para subsanar esta deficiencia (difícil de llevar, lo aseguro) me he dedicado a leer esos libros que llegan gratis a mis manos –ventajas de ser la chica de cultura-. Esta semana he empezado con dos. El primero, que ya casi he devorado sin demasiados remilgos, es la nueva obra del periodista musical Pep Blay “Erótica Mix”. Este tarraconense nos habla sin contemplaciones de sexo, aderezado con más sexo y con unas gotitas de erotismo por si nos han quedado ganas de postre tras el festín orgásmico…

 

 “¿Por qué le llaman amor cuando quieren decir sexo?”, le pregunté en la entrevista que le hice la semana pasada. Y él entró al trapo y me explicó su particular visión de la parte más material y satisfactoria de las relaciones, toma ya… Resulta que nos plantea 4 historias completamente diferentes en las que refleja las diferentes maneras que tienen hombres y mujeres de vivir su sexualidad. 

 

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“Creo que a ti te gustará la segunda historia. Una basada en el romanticismo en las que los protagonistas se comunican a través de epístolas de una manera muy especial, me aseguró Pep.

Pues lamento decirte que a estas alturas de mi existencia me quedo con la primera historia de la que no voy a dar detalles. Quien quiera saber que lea…

Solo anticipo que quien siga teniendo dudas de cómo separar el amor del sexo o viceversa aquí tiene un manual que quizá le aporte alguna idea milagrosa. Pero aviso a navegantes, incluso los avispados protagonistas terminan en un mar de dudas y es que la vida es así...

Y como en mi estado de hiperactividad constante leer tan solo un libro al día es como comer pavo sin sal, pues he comenzado con la última novela de Luis del Val.

El libro en cuestión se titula "Crucero de otoño", es más sosegado que el del amigo Blay. Cada uno es perfecto para los distintos estadios del día. En este crucero llevo embarcada dos días y todavía no he llegado a tierra. Me veo incapaz de definir si voy a terminar ahogándome en la prosa de este escritor y periodista o si voy a salir a flote. Tiempo al tiempo.

De momento, hoy se celebra la Feria del Libro en Zaragoza aunque como estamos en crisis yo seguiré devorando las páginas de todo aquello que llegue gratis a mis manos.

 

PD1: Un saludo a aquellos que siguen pensado que las rubias somos tontas y solo leemos revistas de estética o del corazón.

PD2: Un recuerdo a aquellos que le llaman amor cuando quieren decir sexo. Vamos a aprender a llamar a las cosas por su nombre.

PD3: Los amantes de la Fórmula 1 que no se hayan pasado por Grancasa han perdido la oportunidad de ver algo muy pero que muy interesante.  

Campanilla revoloteando...

Estos días el humo se me escapa por cada abertura, por cada poro de mi piel. Estos días no queda más remedio que tirar de paciencia y hacer acopio de algún remanente de ‘¿sensatez?’. Estos días deben pasar rápido, si se detiene tendremos un problema. De momento me marcho, a ver si las manecillas aceleran y cuando recuperen su tempo la cordura ha regresado a esta ciudad. Pero eso es otra historia que deberá ser contada en perspectiva, cuando los sapos bailen flamenco y los reptiles invadan nuestro planeta.

De momento, vamos a centrarnos en algo mucho más etéreo, muchos menos tangible, mucho más enriquecedor. Vamos a hablar del arte que inunda Zaragoza y que mantiene el espíritu de los estupendos artistas de nuestra ciudad con los que es un privilegio compartir adoquines (de los de pisar, no de los de ver o comer).

 

Antes decía por suerte o por desgracia, ahora tengo claro que es por suerte, me ha tocado divulgar la cultura de nuestra ciudad durante toda esta temporada. Hay quien en su día dijo que el último libro que la menda se había leído era la “súper pop”. Lejos, muy lejos de la realidad pero a veces la apariencias engañan. Y aunque así fuera, después de varios meses escudriñando las vidas de gente que maneja la pluma, el pincel o la cámara de fotos cual extensión de la propia mente…. me rindo a la evidencia.

 

Comencé descubriendo el mundo de los blogs gracias a Mariano Gistaín. Él me dio la llave para comenzar con PINUP y él me brindó mis primeros conocimientos internautas. De su fuente bebe el periodismo ciudadano en Zaragoza y de sus columnas siempre ingeniosas hemos bebido todos cuando de vez en cuando nos ha sorprendido la sed.

 

Llegó luego el poeta entre los poetas. Su carné de identidad dice que es gallego pero su corazón dice que Zaragoza manda. Y es que Antón Castro ama nuestra ciudad y es tanto lo que nos ha regalado que el amor seguramente es recíproco. Escucharle, leerle y aprender de él son privilegios de vivir a orillas del Ebro.

 

Las mujeres también pegan fuerte y ella más que ninguna. En su último libro, Magdalena Lasala habla del coraje de una mujer que bien podría ser ella misma sin nos remontamos a la antigua Alejandría. Sabia, hermosa y con agallas…

 

Y resulta que en Zaragoza también hacemos películas. Sin subvenciones, sin ayudas, con pocos medios, pero hacemos películas. José Ángel Delgado me ha enseñado que un sueño, que toma forma un buen día en una parada de autobús mientras observas lo que te rodea, puede hacerse realidad. Movido por un amor desinteresado a “Lost”, por su capacidad de ver la realidad en 3D y por su inconmensurable imaginación tendremos que ponernos en sus manos si queremos subirnos al carro de la imagen.

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Nos dicen que somos cazurros pero yo me inclino más por calificarnos como una ‘raza salada y carismática’. Y en este grupo me encontré a José Luis Cano. Con un sentido del humor desternillante, sus ilustraciones han puesto cara a nuestras más socarronas fantasías. Él se ha atrevido con todo, o con casi todo. Y me hizo reír, algo que dicen –y con razón- que es fundamental para enamorar a una mujer. Los chistes pasan pero sus dibujos nos quedarán siempre.

 

Sigo caminando y a orillas del Ebro me encuentro con un monstruo de las ondas radiofónicas y que además domina la pluma como nadie. No es de Zaragoza y sin embargo, manda narices, reconoce que se considera un zaragozano de Carabanchel alto, ¿qué más queremos? Miguel Mena llegó a nuestra ciudad y se quedó en ella para regalarnos, entre otras cosas, esa voz personal y profunda al otro lado del transistor.

 

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Y luego resulta que aterrizo en una preciosa casita perdida en el casco antiguo zaragozano y me encuentro con un trailer de obras de esas que hablan por si solas. Me miran desde las paredes, yo estoy aún dormida –aunque son las 10 de la mañana- y me obligan a despertarme. “¡Adriana, espabila!”, me grita mi psique desde la ultratumba. Años de láminas y cuadros de un zaragozano que denuncia también la falta de ayudas y apoyos a los jóvenes artistas.

Y hablamos del síndrome de Peter Pan y me doy cuenta que también lo tengo.

Aunque hoy me siento como Campanilla revoloteando entre portentosos. Hay más, muchos más. Cada uno que los vaya descubriendo. Zaragoza da para mucho.  

PINUPBALL DAY

Por si queda alguna duda de la verdadera esencia de PIN UP….

 

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Y para ir eligiendo coche....no se si mi entrañable pitufo estará a la altura...

 

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Y aquí la esencia BALL

 

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My Country

Was it just a dream?, were you so confused?
Was it just a giant leap of logic?
Was it the time of year, that makes a state of fear?
Methods were the motives for the action


No es bueno tener envidia, ya lo dice siempre mi madre. Sin embargo, yo dejo una pequeña puerta abierta a la envidia sana. Y pocas veces me invade este sentimiento ruin pero reconozco que a veces me  dejo arrastrar por esas mareas pecaminosas. Quizá la primera vez que me asaltó la necesidad por acaparar lo ajeno fue cuando me di cuenta que todos los niños y niñas que me rodeaban tenían pueblo, yo no. Yo era más de asfalto que los semáforos, que los pasos de cebra, que las farolas recauchutadas del paseo Independencia. La familia de mi padre, de Bembibre, la de mi madre, de Manresa  -por cierto, visça el Barça...-, yo, Zaragoza capital.

 

La primera vez que en el cole nos llevaron a una granja escuela (además de que soy alérgica a los animales peludos y me puse a morir) me sentí como Neil Armstrong. Eran mis primeros pasos rodeada de unos bichos que solo había visto en dibujos animados.

Aunque peor fue aquel episodio con 24 o 25 años. Íbamos en el coche, perdidos entre las montañas y de repente empecé a gritar

 

“¡Para, para!”

“¿Pero qué mosca te ha picado?”, me dijo él con un susto de muerte en el cuerpo.

 

El coche frenó en seco en mitad de la carretera y yo casi me tiro en marcha, cámara de fotos en mano. ¿Qué cuál era mi urgencia? Muy sencillo, había visto una vaca. La primera vaca de mi vida, en ternera y hueso…Y me embargaba una emoción tan grande que cuando el bicho me miró con cara de pocos amigos yo solo pensaba en sacarle una instantánea y acariciarle las orejas. Claro, mi acompañante creo que todavía no da crédito a aquello. Son cosas de no tener pueblo.

 

A los 20 años, gracias a una amiga loca, intenté poner remedio a este mal endémico. Con ella había compartido las primeras canciones de Alejandro Sanz, mis mejores años con un balón de baloncesto en las manos, campamentos que siempre formarán parte de mi aprendizaje adolescente o esas primeras juergas difíciles de olvidar… Pues resulta que gentilmente, ella también compartió conmigo su pueblo.

 

Creo que tenía 18 primaveras la primera vez que pisé ese paraíso escondido entre las montañas a la vera del todopoderoso Balaitus.

 

Eran las fiestas de agosto y no exagero si digo que estuvimos cuatro días sin dormir. Había tantas cosas que hacer y que ver, de día y de noche, que perder el tiempo durmiendo era un privilegio que no me podía permitir.

“Por favor, me muero”, me decía mi pobre y somnolienta amiga.

“Pero qué pasa con los virgo, ¿es que no dormís nunca?”. Al final tuve que concederle una tregua y el cuarto día echamos una rápida cabezada.     

Nos esperaba el baile de la bandera, la charanga, el bingo a las doce de la noche en la plaza, junto al río, la discoteca “La Aduana”, la peña…El hostal Maximina era nuestro espacio de retiro espiritual, con aquellas paredes estampadas con fotos del gigante de Sallent –protagonista de uno de mis últimos repor precisamente…-

Era todo tan de pueblo que me sentía teletransportada a otra dimensión. Por eso repetí varios años.

Como legado, además, un reencuentro con un sallentino que ahora es mi más fiel ilustrador musicalmente hablando. ¡Qué jóvenes éramos Palomo!

Hoy repetimos. Ha pasado el tiempo. Hoy no es una cita de pueblo, más bien es una inauguración de las de etiqueta, pero el espíritu es el mismo. Ya he visto vacas en directo, ya he estado en una granja, ya he pisado varios –muchos- estupendos pueblos, hemos crecido. Somos mayores, pero lo importante es que volvemos a encontrarnos en este mundo tan grande como incierto.

Amo tu bola rica

Amigos puente les llamaba un amigo mío que al final resultó convertirse en uno de ellos. Él los definía como esos apoyos de momentos puntuales de tu vida que luego se pierden entre las garras del olvido. Y qué necesarios son hoy pero que prescindibles mañana.

“¿Nosotros seremos amigos puente también?”, le pregunté uno de esos días en los que mi existencia sin él se derrumbaba cual castillo de naipes en medio de la ciercera.

“No digas eso tonta. Ni lo pienses”.

Afortunadamente predecir el futuro no está entre mis ‘muchas’ habilidades y me lo creí…

Hoy lo recuerdo con una triste media sonrisa. Nunca se sabe.

Qué hacer, tú lo sabes,
conservar la distancia,
renunciar a lo natural,
y dejar que el agua corra.

Y el día que volviste a buscarme yo ya no estaba. Qué ironía. Claro, las cartas de castillo de naipes volaban rumbo a tierras tan lejanas que quizá nunca tenga la suerte de pisar.

Y quizá la feria del esoterismo cambie mi destino este fin de semana. Yo no sé predecir el futuro, pero tú sí.

Querida bruja:

Vamos a ir a buscarte para que nos saques de las inmensas dudas que pululan por nuestra existencia en estos tiempos de crisis económica, espiritual y de valores. Necesitamos de tus mentiras o tus medias verdades…Ella me ha convencido de que existe el sexto sentido y vamos a comprobarlo (más se perdió en Cuba). No te dejaré que me leas la mano, ya sé que tengo muy corta la línea de la vida (paso de sofocarme antes de tiempo), quiero tu bola mágica.

“Vas a tardar mucho en encontrar tu camino pero lo encontrarás y serás terriblemente afortunada en todos los aspectos de tu vida. Hasta entonces, prepárate a dar tumbos”. Fueron las conclusiones de la última bola, hace ya 10 años. Y resulta que sigo dando tumbos. Veremos hasta cuándo porque ya he avisado que tengo corta la línea de la vida.

De momento se cuece otro giro de 360 grados. Son los que mejor se me dan, los de completar el círculo, no vayamos a dejarlo a medias.

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Hasta siempre.

Vamos a pintar un corazón de tiza en la pared

Hoy nos hemos levantado con un Lorenzo (que no Pedrosa) abrasador que nos daba la bienvenida y nos saludaba al más puro estilo “Hola qué tal, esto es el oeste (o quizá los Monegros), nena abandona tu cuello alto y enseña un poquito de pierna”.

Haciendo caso a la advertencia me he calzado una falda, no demasiado corta, y me he lanzado al libertinaje de una primavera que huele a verano. ¡Por fín!. Soy de las que siempre ha pensado que en invierno deberíamos hibernar, como los osos siberianos. (Que por cierto, son insomnes como yo y cuasan pánico, también como yo...). Deberíamos acumular sin tregua más y más grasa para luego darlo todo cuando Lorenzo nos invita a florecer cual petunias violáceas del Brasil.

 

Y es que cuando los días alargan, cuando sales de trabajar a las nueve de la noche y sigue siendo de día, cuando puedes ponerte un simple vestido de tirantes sin dar la nota… es entonces cuando parece que todos tus problemas son relativos y pueden esperar al día siguiente. “Mañana será otro día”, decía ella…

Vamos a dejarnos de historias y estrenemos las terracitas que se reproducen como setas por nuestra ciudad. ¿Alguien me acompaña en las labores de recolección?.

Además, desde que los bares cierran a las tres y media de la madrugada en lugar de a las seis (como lo hacían antes), nos han obligado a modificar nuestras costumbres de mamíferos rutinarios. Ahora, resulta que hay días que el primer Gin Tónic te lo tomas a las 10 de la noche, por eso de que te de tiempo a hacer la digestión para cuando te inviten a abandonar el garito… Y manda narices que de aquí en adelante… ¡todavía es de día cuando te ponen ese primer copón en la mano!.

No importa, vamos a pecar a la luz del día, que ya llegará el invierno con las rebajas y podremos preocuparnos por haber desparramado nuestra felicidad sin raciocinio, ni dirección.

No importa, vamos a dejar de lamentarnos por no estar juntos, llega el verano.

 

Yo pienso en aquella tarde
cuando me arrepentí de todo.
Daría, todo lo daría por estar
contigo y no sentirme sólo.

 

Las campanas repican en mi cabeza y me dan la señal, llegó el momento de dejar caer el esqueleto por ese club de mis amores. Y nunca mejor dicho porque sus árboles han guardado muchos secretos, amores y sinsabores de adolescencia. Han sido testigos mudos de un tiempo de deporte, de trofeos (algunos descansan en mi antigua habitación recordándome que un día fui buena jugando a algo…). Creo que en alguno de esos pinos aún estará mi nombre dentro de un corazón cruzado por tu flecha, la que lazaste un día esperando devolución –nunca hubo viaje de vuelta-.

Hoy digo hola a este improvisado verano de ¿San Martín? ¿San Miguel?... Creo que ninguno, qué más da, a este verano empollón adelantado a su época. Y para dar el pistoletazo de salida me apunto al concierto de mi truhán de día, truhán de noche preferido.

¡Ah! Hoy me han invitado a la inauguración del Club Naútico (con alcachofa, claro), ¿Se apunta algún marinero?

Con arena detrás de las orejas

“Brindo por el momento en que tu y yo nos conocimos. Brindo por las mujeres que derrochan simpatía. Brindo por seguir queriéndote toda la vida…”.

Podría brindar por todo esto y por  mucho más. Pero hoy me quedo con un brindis por la máxima que ha marcado mi existencia desde que era una adolescente mucho más intrépida de lo que mi angelical aspecto hacía presagiar: “Carpe Diem”. Nunca se me dio bien pensar las cosas dos veces, con una primera pasada siempre tuve suficiente.

“Prefiero arrepentirme de lo que he hecho, que de lo que no he hecho”, repetía siempre cuando alguien increpaba mi impulsividad. Y así, viviendo el momento, pasaron los años.

Vivamos, querida Lesbia, y amémonos,

y las habladurías de los viejos puritanos

nos importen todas un bledo.

Los soles pueden salir y ponerse;

nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera luz,

tendremos que dormir una noche eterna.

Hubo “Carpe Diem” cuando me marché a África con tan poco tiempo para preparar el viaje que las vacunas aún no me habían hecho efecto al pisar tierra Senegalesa. Yo rezando para que no me rondase ningún Anopheles, y es que soy de sangre dulce y esos bichos siempre se ensañan conmigo.

También lo hubo cuando a los 17 años me escapé a la ciudad Condal para ver al que fue el primer amor de mi vida.

“Mamá, me voy a ver el Museo de la Ciencia de Valencia”…si claro…La pobre aún me lo sigue recordando…

Hubo “Carpe Diem” en Lisboa y si no que se lo pregunten a mis compañeros de aventura. Casi piden mi destierro de España la última noche. Les abandoné, o mejor, me abandoné a mí misma a mi suerte, porque quería ver el amanecer en la playa de la capital portuguesa. Como nadie estaba por la labor, terminé bajo un cielo púrpura precioso acompañada de un tipo del que lo único que sabía es que tocaba muy bien el yembé. Sin nada amoroso de por medio, solo un amanecer.

Cuando regresé al albergue, todos tenían sus maletas selladas a cal y canto y habían dado media hora de margen antes de llamar a la policía.

“Vámonos juntos al Sáhara, a perdernos entre las dunas”, me dijo el figura del yembé. Le prometí que algún día le buscaría para nadar con él en la soledad del desierto. Queda pendiente…

El Carpe Díem alcanzó cotas elevadas el día que entré en el despacho de mi ex jefe (el último que me vio con una bata de química) y le dije:

“Por favor, deme el paro que quiero dejar esto y estudiar para ser periodista”

“No sabes lo que dices, piénsatelo porque ese es un mundo difícil y no vas a conseguir trabajar nunca de periodista”, me contestó sin miramientos.

“De todos modos, cuando dentro de un año te mate la desesperación porque no ves salidas a tu vida, vuelve y pídeme trabajo que igual te guardo alguna cosa”, añadió con mucha sorna.

Cuando en menos de un año salió publicado mi primer artículo en Heraldo, estuve a punto de mandárselo por correo.

Son muchos “Carpe Diem” porque siempre intento tenerlo presente. ¿Qué nos queda sino vivir el momento? Está claro que 'el sistema' muchas veces no nos deja poner en práctica esta máxima de la forma que deseamos, pero el que busca encuentra y siempre existe una manera.

Hoy me alegro de haber dormido 4 horas, de haberme echado al cuerpo 500 kilómetros y de haber disfrutado de la gente que me rodea. ¿Qué nos queda sino vivir el momento?

Brindo porque me olvido los motivos porque brindo

brindo por lo que sea que caiga hoy en el vaso

brindo por la victoria , por el empate y por el fracaso

Perdidas en la calle del pecado

Verano EXPO, sin vacaciones, sin tiempo para mucho más. Al final quedaron cuatro días colgados en el calendario y una amiga me rescató de las orillas del Ebro, para llevarme a orillas del mediterráneo. Mucho mejor. Viaje en plan Thelma y Louise (aunque al final éramos tres, hubo espacio para otra Thelma).

Yo bebí de aquellos días con verdadera ansiedad. Necesitaba cambiar de aires y los de Sitges me vinieron como agua de mayo. En el hotel, en la arena, en los garitos: mucho niño mono, pero ninguno solo – y todos gays, ese lugar es un verdadero desperdicio para las almas femeninas-. Pero encima hubo suerte y encontramos un Brad Pitt en nuestra aventura particular. Había hecho un alto en el camino y nos esperaba con su seductora sonrisa en “La calle del pecado”. Quien le iba a decir a mi madre que terminaría conociendo a ese Brad Pitt condal con especial habilidad para hacer diana a golpe de cerveza.

“Me gustan tus zapatos, tienen clase”, como un tomate…

“Te he visto aparecer con ese vestido blanco y yo diría que estoy viviendo una escena de Sex and the City”, como dos tomates…

Meses después, en medio de una espectacular tormenta navideña, se repetiría esta escena. El eterno retorno nos persigue toda la vida.

Yo le doy mi querer al querer
y lo doy para toda la vida.
Si quisiera vivir de placer
me buscaba un amor de cantina.
Si quisiera vivir de placer
hay para toda la vida...

Fueron días de largos paseos con el mar de fondo de pantalla. Fueron días de paellitas, de risas, de partidas de guiñote sobre la arena y sobre todo de absoluta despreocupación.

Ha pasado casi un año de aquello. Hoy necesito de nuevo beberme un cachito del mar que baña Sitges. Los días son muy largos, las noches muy cortas y hay que ayudar un poco al infame destino. De manera que nada de brazos cruzados. Cojamos mi pequeño pitufo azul y abróchense los cinturones que nos vamos a conquistar los mares del este.

Ya sé que es el día de la madre, pero tengo licencia. La vida me da poco tiempo y tengo que subirme a este tren. Y no sé, pero me da que tengo por delante varios meses de trenes, de estaciones y de viajes a las estrellas. "La espera ha terminado".

PD: Te quiero mamá ( ya ves que no solo lo digo por la tele).

Noches de Bohemia

Y resulta que hoy miraba por la ventanilla de esa entrañable furgoneta que a tantos lugares inmundos nos ha llevado, he cambiado de cadena –como hago siempre nada más sentarme- y han sonado los primeros acordes de esa canción que me pone los pelos de punta. Esa canción que es, fue y será la canción de mi vida. He subido el volumen y he dejado, una vez más, sorda a mi sufrida compañera.

Hoy ha sido un  día de quicientos reportajes, con dos croquetas del Iñaqui en el estómago, pero aun con todo no he perdido la sonrisa. Hace muchos años, cuando todavía trabajaba de azafata para ganarme unas pesetas – que no euros- que me permitieran viajar a lugares inhóspitos, me llamaban Candy Candy. Ayer volvieron a hacerlo.

“Cuando ríes lo haces de veras, y cuando lloras también eres auténtica, igual que lo hacía ella”.  Me dijo mi hada madrina mañanera.

Y eso que ella solo me sirve los cafés solos con hielo y algún que otro con leche muy caliente para escaldar a algún deslenguado…

Siempre me compararon con esa entrañable muñeca japonesa que cuando lloraba lo hacía como un verdadero surtidor del Parque Grande. ¡Ay Anthoni!, truhán...

A otras las comparan con artistas o cantantes, a mí con dibujos animados, eso sí, japoneses, que son los únicos que tienen unos ojazos que les ocupan media cara….

El caso es que la historia de Candy Candy iba por capítulos, y resulta que ahora le tocan los felices. Le tocan los de esas sonrisas que llenaban  de estrellitas de colores toda la pantalla –como son los japoneses…- Yo me he empeñado en escupir las mismas estrellitas por doquier allá donde vaya y pobre del que se inmiscuya en mi camino…

Y ha sido entonces, entre estrella y estrella, cuando ha llegado esa canción. Me ha recordado como eran aquellas noches de bohemia. Me ha susurrado al oído que tú también te has olvidado de aquello. ¡Qué frágil es la memoria y que barato el olvido…!

Noches de bohemia y de ilusión
yo me doy a la razón
tú como te olvidaste de eso.
Busco y no encuentro una explicación
solo la desilusión
de que falsos fueron tus besos.

“Trabajar de camarera es lo último que tienes que hacer”…

Y fue casi casi lo primero que hice. Bohemios se llamaba el pub cervecería. Y en aquellas noches, escondida entre copas y algo más, aprendí lo que realmente es una noche de bohemia. Con un jefe condescendiente –pocos quedan de esa calaña- y una amiga en el mismo lado de la barra, aprendí a servir cortados con dos dedos de espuma y a calcular a qué altura del hielo debe llegar el alcohol en el cubata. Y esta canción sonaba cada noche, ya me encargaba yo de que no faltase. Fueron años de noches de bohemia que todavía, de vez en cuando, se siguen repitiendo.

Brindo por ti y por muchas noches de bohemia en esta existencia llena de estrellas de colores.  

Dragones y mazmorras

Hoy he decidido convertirme en la princesa de Silca. Bien es cierto que no he hallado caballero que me salve del dragón, pero todo se andará. Y es que celebramos el día de los dragones y las mazmorras. San Jorge se lanza a la calle espada en mano para salvarnos a todos de la crisis económica. Por lo menos eso parece, porque los bares esta mañana estaban totalmente repletos de gente llenando el buche y gastando calderilla en el paseo Independencia.

Quizá estamos exprimiendo los últimos remanentes antes de que el cataclismo nos deje en calzoncillos. En España somos así y me parece bien.

“Estoy deliciosamente atareada”, me ha dicho Magdalena Lasala entre firma y firma. Ahí la he encontrado, bajo el cartel de la “Librería central” firmando ejemplares de su última novela junto a Labordeta. Tal y como le prometí, he llevado el libro que me regaló y me ha dejado su esencia en la segunda página. “Para mi amiga Adriana”, ha puesto. Y ya solo con eso el sol ha salido en esta mañana marcada por una profunda resaca.

Si mis sinsabores van a servir para hacer amigas como ella… pues lo tengo claro, seguiré padeciendo por oficio y con beneficio.

 

Parece que es de obligado cumplimiento hablar de libros y de claveles. Empezaré por los libros. Esta semana mi encuesta de calle telematona andaba por estos derroteros. “¿Qué ejemplar recomienda comprar en el día del libro?”. Respuestas de todos los colores y para todos los gustos aderezadas, como no, con el toque del friki de turno que casi casi me deja sin palabras. Y el premio se ha ido para esa señora que me ha tocado la fibra sensible y ha mentado mi libro preferido: “Lo que el viento se llevó”, de Margaret Mitchell.

 

Era una mujercita de ojos azules, simpática y modesta, que solía decir: "Sé lo que es trabajar bien y entiendo de libros: el mío no me parece bueno"

Manda narices….¿entonces el pulitzer?

 

Con ella aprendí los secretos de la guerra de secesión. Con ella descubrí que un amor obstinado puede destrozarte la vida y con ella entendí que un éxito tan arrollador puede anularte los sentidos. Fue su único libro. Tuvo tanta repercusión que supongo que no hubo agallas para probar suerte de nuevo.

Después de todo, mañana será otro día”, es una de sus frases más emblemáticas. Precisamente así terminé cientos de páginas cuando todavía escribía como los antiguos mortales, es decir, con lápiz y papel. Y es que es cierto, cuando hoy no queda nada, siempre hay un mañana cargado de esperanza.

 

Alexandra Ripley si tuvo la osadía de hacer una segunda parte, pero solo logró hacer un folletín de la historia mejor contada de todos los tiempos. (Y no me refiero a la Biblia…). Ya se sabe, segundas partes casi nunca fueron buenas.

 

Y para hablar de claveles, mejor me paso a los rosales del parque, que es el mejor lugar para disfrutar de los dragones y mazmorras de un San Jorge cualquiera. Por lo tanto, basta de encierro y vamos a luchar con Primo de Rivera.

 

 

SIEMPRE NOS QUEDARÁ LA EXPO

Las cosas pasaron muy deprisa, los recuerdos tan despacio. Son tan breves tus sonrisas, tanto tiempo el que he esperado. Para mi jamás te fuiste porque el mundo se quedó parado. Aunque ha sido un poco raro…..

 

Tan raro volver a vivir si ti. Tan raro olvidar tres meses cargados de risas, momentos irrepetibles, gente que nunca volverá...Tan raro, como el día que vi que te tiraban abajo. Que derrumbaban sin miramiento una pequeña parte de mi pasado reciente. Y es que las cosas pasaron muy deprisa. Nunca pensé que 90 días pudieran precipitarse en mi vida como lo hicieron. Pero el recuerdo me acompañará siempre. Yo pasé por la EXPO y me quedé en ella.

 

Hacía mucho que no me veía. Nuestras miradas no se cruzaron pero él si pudo seguir mis movimientos. Lo que más le sorprendió fue mi risa cantarina. Yo caminaba junto al cámara camino de mi búnker particular y pudo apreciar que estaba radiante. Había recuperado parte de la felicidad que me habían arrebatado las circunstancias. El color había regresado a mis mejillas mortecinas.

 

En aquellos meses las horas perdieron todo su sentido, porque el mundo se había quedado parado. Cada reportaje era un nuevo descubrimiento. Cada cara, cada lugar eran diferentes e irrepetibles.

 

Hay imágenes grabadas en mis retinas y en las de muchos otros, doy fe. Aquella semana en la que todos los japoneses que visitaron la EXPO bailaron al son de mis palmas estupendas jotas aderezados con fajín, castañuelas y chaleco baturro quedan para la historia de esta Exposición Internacional.

 

“Te sales de la línea editorial”, me decían mis jefes. Que más da si estas haciendo algo que a una persona entre un millón le alegra le existencia.

Días después, estaba yo pateando la EXPO de mis amores y  se me acercó un entrañable zaragozano que me dijo:

“He estado enfermo muchos meses y en el hospital no veía llegar el momento de que por fin cayera la noche para verte. Para disfrutar con tu sonrisa y que me llenaras de alegría mis tristes horas enfermas”.

No lloré, pero no fue por falta de ganas. Por este señor merece la pena soportar todas esas charlas de la línea editorial. Para él y para muchos otros como él mi sonrisa.

Aquel día que salí  a la avenida principal de la exposición con varios vasos llenos de agua para “refrescar a la gente” también queda para la memoria histórica. “¡Bautízame bonita!”, me decía alguno. Y yo, ni corta ni perezosa, zasca, chapuzón que te va.

Hubo besos que valen su peso en oro, por lo menos para las cientos de fans que me tiraban de los pelos antes y después...

 

 

Hubo deporte periodístico. Y es que cada vez que había que tirarse por algún sitio, ahí estaba Adriana para poner su porte y su carsima. Madre mía, el día de la Gimcana casi no lo cuento...

 

 

 

A las 11 de la noche se daba el toque de queda. Terminaba el último directo del día y se cerraba el chiringuito. Sin embargo, yo seguí allí. Me perdía en alguno de los conciertos del anfiteatro. Mi querido Manu fue mi fiel escudero en muchos de ellos. Disfrutamos como niños de un mundo paralelo que nos daba un respiro, un paréntesis que supimos exprimir bastante bien.

Aprovechaba para disfrutar de todos los matices que adquiría el Ebro con el reflejo de una expo en sus entrañas. Supongo que nunca volverá a lucir tan seductor. El río sigue ahí, a la vera del Pilar, pero ya no es el mismo.

 

 

Y las playas fueron punto de encuentro de muchas noches en vela. No había chapuzones pero sí sobredosis de buen rollo y desconexión hasta límites insospechados.

Allí las amistades se forjaron. La Expo unió corazones, rompió otros.

Como si fuera ayer, me veo a mi misma delante del palacio de congresos. Era el último día de Expo y todo el mundo estaba exultante de felicidad. El cansancio había empezado a hacer mella en todos –extrañamente en mi no-.

Aquel día yo tenía que hacer 5 falsos directos en apenas dos horas. El último era a la orilla del Ebro. Había cientos de personas esperando ver los fuegos artificiales, los que sellaban un verano ecléctico. Mi función era hablar con ellos y explicar lo que estaba a punto de suceder, hablar de la pirotecnia en ciernes. Y fue entonces, alcachofa en mano y cámara encendida cuando comprendí que aquello llegaba a su fin. La Expo agonizaba y yo con ella.

Hice el último falso directo y corrí con la cinta a plató. La policía no me dejaba salir del recinto, el tiempo se agotaba y peleé a capa y espada para que me dejaran pasar las barreras de aquella fortaleza que estaba a punto de derrumbarse. Llegué ‘in extremis’, pero llegué. Salió mi directo segundos antes de que comenzaran aquellos fuegos artificiales que clausuraban mi sueño de muchas noches de verano. Manu estaba en el ático del Acuario no se muy bien con quien, no me quedó claro tras su llamada, aquello era el fin.

 

Varias lágrimas se derramaban por mis mejillas. Unas mejillas que el 15 de julio habían resucitado a la vida y ahora se preguntaban qué iba a ocurrir. ¿Otra vez la transparente palidez de la rutina?

Tronó el último petardo y mi corazón dejó de latir a la espera de un futuro incierto.

Y llegó la nueva temporada, sin tregua, sin tiempo para reposar.

Y me planté en la que había sido mi morada durante meses y que ahora parecía la guarida de un extraño. Nuevos ojos me miraban con recelo. ¿Quién era? ¿Qué hacía allí? Sin duda estaba fuera de lugar.

Pero el tiempo, maldito, pone siempre las cosas en su sitio.

Las amistades forjadas bajo los cementos de la EXPO volaron cual pájaro en busca de nuevos horizontes. Los fieles escuderos siguieron en la sombra, intentando sobrevivir en esta jungla, aunque siempre al otro lado de la línea telefónica para aparecer en el momento justo. (El olvido nunca se hará dueño de nuestros corazones).

Y una mañana de verano, de esas que ya anunciaban que el pasado estaba tocando su fin, apareciste junto a una cacatúa tras mi pitufo azul. Menos mal que a veces las primeras impresiones no son las que manejan los hilos de tu vida. Y sin pretenderlo algunas cosas se fueron por la borda pero otras se bordaron con hilos de seda. Para cuando te vayas, no lo olvides.

  

Espero que al menos nos quede la EXPO del nabo, en fin.

¡¡¡Oh SOLEDAD!!!

La he visto llegar despeinada, como yo, escondida tras unas gafas de sol que han mantenido el color de sus ojos en una incógnita y cansada, muy cansada (también como yo). Tras una noche de insomnio marcada por una infinita tristeza mis fuerzas han flaqueado más allá de la apreciación de cualquiera.  Pero esa tristeza infinita parece que ha quedado anestesiada, ya veremos hasta cuándo.

Tenía que hacer una entrevista a una persona de la que solo sabía lo que su página web había querido contarme. No hubo tiempo para más, pero su aspecto de madre de familia bohemia y con clase me tranquilizó bastante. Preparados, listos, ya. Un parque como marco para nuestra primera cita y un banco como punto de partida. Así comenzaba la entrevista….

Soledad Puértolas me desgranaba su vida, sus sueños, sus proyectos y yo la escuchaba ensimismada. Ya dije un día que vivir las emociones de otros es una de las mejores terapias para un periodista. Pero lo mejor ha llegado ‘off the record’, cuando la curiosidad me ha llevado a zambullirme de lleno en su cabeza. Escucharla ha sido como acurrucarme en un balancín a la merced de una brisa infinitamente sutil.

Me ha sorprendido saber que ella también tiene problemas para mantener su estilo con la pluma con el paso de los años.

“Las personas cambiamos, nuestras vivencias cambian y nuestra forma de escribir también lo hace”

Aquí me he sentido muy identificada con ella.

Y otra de las curiosidades que me ha regalado Soledad es la total ausencia de documentación en sus obras.

“Todo está en mi cabeza. La mayoría son vivencias personales aderezadas con grandes o pequeñas dosis de sensacionalismo”

A partir de ahora te leeré con otros ojos Soledad.

En un día infame como lo ha sido hoy, esta entrevista me ha demostrado que este trabajo te regala satisfacciones aun cuando tu cabeza les cierra la puerta de golpe.

Esta tarde con la Puértolas a la sombra de los ¿pinos? he recordado aquellos sueños infantiles. Yo quería ser escritora. Me veía agazapada junto a una ventana, aporreando una máquina de escribir y escupiendo los mejores best sellers del momento. Muy osada esa chiquilla que iba para química y que descubrió que las probetas no encerraban rima alguna.

Ahora me conformo con una poesía cuando dormito colgada de la luna, con algún relato de esos que te dictan las entrañas y con añadir más letras a este pobre blog que tanto me aguanta (casi tanto como vosotros).

Porque estos días mis gritos al viento siempre tienen respuesta y mis letras también la tienen. De veras, como dijo un día Antón Castro, hay que vivir para llenar la mochila y yo ya tengo algunos tesoros dentro.

“¿Qué recomiendas a todos esos jóvenes escritores que empiezan y no saben todavía muy bien por donde tirar?”, le he dicho realmente movida por una sana curiosidad.

“Que busquen en su interior y que realmente encuentren lo que quieren escribir”.

Yo he empezado a buscar pero creo que hoy no es el mejor día. Sobrevivimos a un lunes 13 y a un jueves 16, y mañana seguiremos sentados en la saetas de ese reloj contando los segundos que faltan para que caiga otra vez la noche.

 

Entre buñuelos y torrijas

La Semana Santa me evoca muchas cosas. En primer lugar, mi memoria recala en el Domingo de Ramos, “el día de la palma” lo llamaba yo de pequeña. Y es que durante mis tiernos años infantiles este día señalado solo tenía una finalidad. Todo mi universo giraba en torno al chupete de fresa gigante que me compraba mi madre al punto de la mañana. Llegaba la hora de comer y yo seguía retorciendo mi lengua en torno a sus curvas peligrosas…

En este ejercicio de memoria, el siguiente paso me lleva a ver a mi padre y mi abuelo vestidos de cofrades. Mi padre era el capirote más alto de la cofradía. Adivinarle detrás del hábito era la prueba de fuego durante la procesión. Mi abuelo era fácil, dirigía el paso. Él si vivía la Semana Santa como algo grande. Creo que era la fecha del año más emblemática para él. Y en su día, para mí también tuvo que serlo. De algo debió servir reposar mis huesos durante  quince años en un colegio de monjas, aunque el efecto era retornable porque ya ha sucumbido al olvido.

En aquellos maravillosos años, no me perdía ninguna procesión. Mi corazón latía acompasado al ritmo de cientos de tambores. Mi mente se nublaba cuando veía a los bombos con las manos ensangrentadas, ¿para qué? Los misterios de la Semana Santa. El viernes, mi madre y yo comprábamos una bolsa bien cargada de chucherías, buscábamos un hueco y echábamos la tarde en la procesión del Santo Entierro. La jornada se hacía digerible esperando como agua de mayo ver a “La coronación de espinas” doblar la esquina.

El Torneo Cesaraugusta era otro de esos momentos clásicos. Allí he estado de espectadora, de azafata y ahora de periodista. Este fin de semana, en el que Zaragoza echa la persiana, la combinación de aire libre, deporte y ambientazo era difícil de rechazar. Yo siempre con el Barça, y el Barça nunca ganaba. Cría cuervos…

Así pasaban los días, cada año un calco del anterior. Así, hasta que la rutina infantil se desmiembra y la vida deja paso al caos.

Este año he tenido suerte. Al menos, por una vez, hay tiempo incluso de echar la vista atrás y hacer un revival de los mejores momentos. Dos días de fiesta, a estas alturas de la novela, son un regalo caído del cielo.

“¿Qué vas a hacer estos días?”

“Voy a dedicarlos a mi familia y mis amigos. Voy a exprimirlos rodeada de mi gente. Da igual dónde y cómo. Esta vez solo me importa el con quién”.

Y ella se echó a reír. “Espera que se me cae una lagrimilla…”     

Y es que suena peliculero pero es así.

Hoy toca el Santo Entierro, un año más. Aunque me temo que no habrá ni bolsa de chucherías, ni paciencia para ver asomar a “La coronación de espinas”. Yayo, estos días realmente te echo de menos.

Mal fario porque llueve a mares.

“Dicen que mañana va a llover”, dijo él. “Bueno, en realidad mañana es hoy”. Yo le escruté de medio lado y le regalé una honesta sonrisa. “¡A ver si va a empezar a caer ahora y la liamos!”.

No sé cuanto tardó, me cuesta hilar esos minutos, se me escapan de la madeja. El caso es que hoy la lluvia me ha despertado. ¡Ves!, tenías razón. La torre de La Seo se me ha colado por la ventana empapada. Sus piedras centenarias también lloran a la Semana Santa.

Mientras, yo aquí me quedo, esperando a que salga el sol

Girando y cambiando

Estamos en época de giros de 360 grados. El primer cambio es el de las deserciones. Una amiga de las de siempre se marcha, nos abandona. Ya lo hizo, a medias, cuando prefirió la capital a la vida de provincias.  Pero siempre estuvo ahí, como un espejismo de aquellos días felices de la infancia. Para la historia quedará aquel fin de semana de locura, en una casa que haría las delicias del mismísimo Almodóvar. Chueca era nuestro campo de batalla, las tiendas de segunda mano, las trincheras y aquel mercadillo de antigüedades, la tierra prometida. Y es que con ella los minutos cunden como horas. Recuerdo aquella frase….”En la vida no hay que dejar pasar el tren, pero es que tú te subes a todos nena”. Y así han pasado los años, subiendo a trenes, bajando…pero siempre compartiendo estos viajes siderales.

Y ahora no se le ocurre mejor cosa que hacer las Américas. Coger el petate, cruzar el océano y multiplicar por varias decenas la factura telefónica. No voy a olvidar nuestro primer castigo compartido, ni aquellos veranos adolescentes en los que el sol salía siempre para todos. Aunque pongas agua de por medio, mi memoria navegará contigo. Buen viaje y nos vemos en Tiffanys desayunando.

Y seguimos con los cambios. Cuando piensas que la vida poco puede sorprenderte, llega la sorpresa con mayúsculas. Llega ella, otra ella que ha escrito junto a ti las letras de la historia de tu vida, y te regala una bomba de relojería. Y te das cuenta de que su vida va a cambiar, de que los días pasan y que tu también estas cambiando. Va una promesa al viento…ahí estaremos juntas regalando lágrimas al viento y sonrisas al eco del tiempo.

Y habrá más cambios. Volveremos a tirarnos a  la piscina, volveremos a lanzarnos a un vacío seductor. Pero esperemos que no se acabe la arena de nuestro estúpido reloj.  

Chicas, aquí o allá. Con novedades o sin ellas, aquí estaremos. Cambiaremos, pero aquí estaremos.  

Hoy sería mejor...no echar tanto de menos

Hoy sería mejor tener la cabeza hueca como una calabaza, que con ideas. Hoy sería mejor  ser un camello jorobado, que una persona con un mínimo de inteligencia. Hoy sería mejor haber seguido durmiendo, haber mandado  el despertador a la mismísima mierda  y haber olvidado que tenía 24 horas por delante. Hoy se cumple mi noveno día seguido trabajando y creo que mi cuerpo y mi mente gritan basta sin remedio.  Me duele la pierna y me duele ese nudo que a veces se te forma en la garganta cuando quieres reventar y no puedes.

Hace tiempo alguien me dijo
cual era el mejor remedio
cuando sin motivo alguno
se te iba el mundo al suelo

Y si quieres yo te explico
en que consiste el misterio
que no hay cielo, mar ni tierra
que la vida es un sueño

Hoy se había esfumado esa sonrisa matutina que un día inspiró la pluma de mi querido Paquito. Hoy hubiera pagado por ser invisible pero nadie me ha vendido esa suerte.

Estos días he retrocedido en el tiempo y he suturado mis heridas con el fino hilo del pasado. He vuelto a mi antigua habitación con mis fotos, mis muñecos, mis libros –todos han pasado por mis manos, algunos varias veces, pero no me canso de acariciar sus tapas-.  Por primera vez desde hace tiempo he recuperado esa sensación de hogar, la que te dan los colores y olores de sobra conocidos. Objetos que han dado forma a mi pasado. Y me doy cuenta de que a mi actual habitación le falta alma, o quizá sea yo la que la perdí por el camino, tan preocupada por perseguir un sueño y sobrevivir al mismo tiempo.

Estos días, rodeada de lo que fue mi vida durante muchos muchos años, me he dado cuenta de que echo de menos sentarme en el sofá a ver esa serie que un día me enganchó. Que echo de menos esas noches de plácida lectura, plácida porque mis preocupaciones habían quedado enterradas en alguna alcantarilla callejera.

Hubo tiempos en los que leer más de mil páginas era una agradable rutina

(Hubo tiempos en los que leer más de mil páginas era una agradable rutina)

Que echo de menos la sensación de viernes, la de saberse libre durante dos días y tres noches. Incluso tengo morriña de aquellos domingos por la tarde en los que maldices tu suerte porque tu felicidad cumple su fecha de caducidad. Echo de menos muchas cosas y la balanza empieza a oscilar peligrosamente hacia el lado equivocado.

Y a cambio, ¿el qué? Un escenario, muchos ojos escrutando cada uno de tus movimientos. Una enhorabuena, una foto, dos besos y alguna palmadita en la espalda. Un reportaje, dos broncas. Un artículo y la satisfacción de haber escrito sobre algo con lo que un día soñaste en voz alta.

Hoy los brazos ya no están en alto, descansan sobre mis costados, cansados, hartos y confundidos. Un día crees en esa oda a los combatientes y al siguiente reniegas de combatir.

Hoy me puede el agotamiento, pero supongo que mañana no me quedará otra que seguir aquí. Seguir echando de menos las que fueron mis series de culto, mis viejos libros, mis viernes o mis tardes de domingo.

 Al menos, entre tanta confusión, siempre habrá una Quilmes esperando sobre la barra y alguien dispuesto a sonreír a tu lado y compartir ¿el tiempo libre?

Y llegó el día del Kart

Eran las cuatro de la madrugada y una argentina de pura cepa me dijo algo así como….

 

“Pero che, ¿vos sabes que son las cuatro? Me matan las piernas nena. En tres horas nos levantamos….”

“Venga, la penúltima y a casa”, le decía con cara inocente.

 

Yo manteniendo mi ritual de no pronunciar nuca la palabra ‘última’, a partir de las 12 de la noche, pecado mortal…

La barra nos delataba con una amplia colección de botellines vacíos de Quilmes y es que fue una noche con auténtico sabor Argentino.

Sabor amargo y patético según el camarero que casualmente (y sólo casualmente) también era argentino. Pero el caso es que a mi me supo a gloria bendita. Yo estaba protagonizando una noche revival –antes escribo del eterno retorno y antes la eternidad invade mi espacio vital y me invita a la quinta Quilmes- serán cosas de la vida.

Exactamente quedaban doce horas para retomar mi jornada laboral. Me esperaba un reportaje en el club de tenis. “Búscate la vida y entrevista a algún chaval o alguien interesante del torneo Futures”, me había dicho mi jefe. Si contamos las ocho horas de sueño habituales, quedaba poco espacio para nada más. Sin embargo, exprimir la vida es una de mis especialidades y, cómo no, volví a poner en práctica esta habilidad.

 

Capeé el eterno retorno de la mejor manera posible y aún me quedaban dos horas y media para descansar mi cuerpo y mi mente.  Suficiente, según la evidencia de los últimos tiempos.

 

Había llegado el momento de entregar a los flamantes ganadores del concurso del Play Zaragoza su ansiado premio, una mañana de carreras en el circuito de Karts de la Ciudad del Motor de Alcañiz. A las 8 de la mañana una furgoneta me esperaba para partir hacia la tierra prometida del polvo y la goma quemada.

El condimento de la furgo: un conductor con mucha paciencia (reconozco que soy un coñazo si alguien tiene que aguantarme una hora de viaje…), una copiloto estupenda (o sea, yo), una Argentina en la parte de atrás en estado febril tras la correspondiente sobredosis de Quilmes y una manzanita que se encargaba de aportar al trayecto la ración justa de ironía. De propina, otro coche a la zaga con la parte verdaderamente importante de nuestro equipo televisivo: un cámara llegado del sur, un productor roquero, un realizador Fitipaldi y un comercial con camisa de Ralph Lauren. ¿Quién da más?

En la primera parada en busca de cafeína ya se mascaba la tragedia. Un simple bar de carretera y una camarera que creo que todavía sigue buscando nuestros nombres en frikipedia.

Los frikis unidos jamás serán vencidos

Aterrizamos media hora tarde en el destino, pero como nuestra presencia era insalvable (portábamos los trofeos, entre otras cosas) los sufridores espectadores del Play nos esperaban pacientemente.

 

“Esa pandilla es la que se encarga de amenizar nuestras noches de los lunes. Dios, hagamos zapping”, supongo que pensarían cuando nos vieron aparecer en todo nuestro esplendor.

Luego rectificaron al ver que somos los mejores al volante, claro…

Tras el reparto de equipos, de cascos y cumplimentar los correspondientes formularios para asegurar nuestras vidas (y yo me reía, si si) comenzaron las carreras. El Play se distribuyó de manera equitativa, redactores contra realizadores y comercial. Bueno, mis compañeros de lucha no estaban conformes en lo de equitativo, pero tenerme a mí en el equipo bien vale una guerra.

Comienzan las pruebas.

 

“Tengo miedo, estos coches corren mucho…”

“No te preocupes Adri. Tienen mucha estabilidad y es casi imposible sacarlos de la pista”.

“Ya, pero a mi se me dan estupendamente las cosas imposibles”

 

Seguda vuelta, Adri en la arena comiendo piedras y con las ruedas del coche a la virulé. Y mi querido negro azuzando al cámara para que no se perdiese ni un segundo de los que pasé sentada en mi Kart con las manos en la cabeza. Ay, si era imposible, si.

 

Pero lo peor estaba por llegar. Comienza la carrera, mis compañeros logran posicionarnos en sexto lugar. El Kart número cinco es nuestro rival. Intento coaccionarle con una invitación a cerveza cuando finalice la carrera, no da resultado. Me toca. Me subo, acelero, el número cinco se aleja…segunda vuelta…aparece un coche de la nada y me pego un tortazo que aún sigo dando gracias a dios por haber sobrevivido. La argentina toma la curva, del susto se inventa un nuevo trazado del circuito y hace vuelta rápida comiéndose tres curvas.  ¡Eso es trampa señorita Quilmes!

Y así, entre tortazo, salida de pista y más de un acelerón concluye la cita. Sextos y séptimos es el cómputo global del Play.

Todos contentos y yo coja y despeinada hago las veces de azafata y entrego los trofeos a los camicaces que han ganado la carrera.

 

Misión cumplida. A las cuatro y media de la tarde yo estaba en el Club de Tenis haciendo mi repor, con un gran recuerdo de una mañana de play y una cojera que bien vale una guerra.